lunes, 15 de octubre de 2012

EL HOMBRE BALA

Un Ícaro volador se va a lanzar en picado desde los extras nubarrones, en las brisas irrespirables de la estratosfera. Está decidido a fulminar todas la alturas de los trampolines de las piscinas; las dejará a ras de alpargata de tela y de guarache de indio americano.


Allí arriba, coronado su Everest de pico celestial, se lanzará al abismo haciendo de bala de pistolero, destronando, a velocidad de cohete, al mismísimo sonido. Será, durante unos minutos, el hombre supersónico o el dios Mercurio mensajero; incluso, podrá ser un cartero marciano que trae una carta urgente a la Tierra.


Pero para que no acabe de mosquito aplastado, para que no finalice de meteriorito que lame la tierra de un cráter, va a desplegar, antes de su llegada del firmamento, un paracaídas. La llegada a la diana planetaria sucederá por la vía romántica, meciéndose en el vaivén de la brisa que mueve una falda y recibiendo el halago por superar al miedica interior.


Así es como llegará de ver las rositas del cielo de los ángeles, de los querubines de alas de algodón que se mantienen sin caer, ni en picado o en plancha, hasta el fondo de la humana barranca. Una vez acabe la proeza el hombre bala volverá a meterse en una sala. Una vez haya pulverizado las alturas dejará de ser el cartero marciano y el Mercurio mensajero.


Aunque siempre será un Ícaro y el más volador aventurero.





























viernes, 24 de agosto de 2012

EL VERANO: HOY


Hoy es un gran día. Se parece a uno más de agosto, a día de verano, al mismo de todos los años. El sol acumula el calor en todas partes, se mete hasta en la sombra y la calienta sin el temporizador del microondas. Escribo esto con un sombrero puesto, cobijado con sensaciones parecidas a las de Walt Whitman.

Estoy sentado en una balsa que tiene la forma de una isla. Está ahora detenida en el charco tibio del Mediterráneo y lleva esculpido el nombre de Mallorca. A esa zódiac, la acompañan unos veleros sin motor, con velas infladas de viento. El velero Menorca es gracioso, ni se mueve a pesar del aire que le sopla. Y el Ibiza, vive una fiesta sin control. Sus marineros caminan sobre la borda haciendo piruetas y riéndose del mar. Hay dos botes salvavidas atados a una cuerda de esparto y que son arrastrados por la inercia. Son como cámaras de rueda de tractor hinchadas a tope. Los de antes las llamaron Formentera y a la otra Cabrera; además, hay un dragón que también pulula a su lado. El fulano se hace llamar Dragonera.

Todos estamos detenidos en la charca, chapoteando sin sandalias, esperando la noche para dormir desnudos sobre el suelo caliente, en una playa, entre unas rocas. Menos mal que esta tarde habrá diversión: ha llegado la noticia de que viene Ausias March a recitar estrofas sobre el amor. Dicen de él que no murió en un siglo pasado. Esta mañana de Agosto han comentado que no fue así. Por eso es que es un gran día.

Este March, ahora resucitado, es un banquero de las letras. Resulta que su lírica la acomoda a cualquier cosa que exprese. Es un camaleón, una lagartija mutante. Voy a esperar al poeta del medievo repasando algún canon provenzal, algún verso decasílabo. Con tanto calor, pero amparado con el sombrero, estoy seguro que podré arañar algún verso y documentarme antes de que llegue.

Así es que termino diciendo a mi manera un desvarío, bajo el calor abrasador, esperado a Ausias March; algo que él anotó un día de verano, quizás tal día como hoy: “Reclamo a todos mis predecesores, cuál a sido el amor que el corazón nos ha enamorado”.

El sol quema. El corazón arde, pero es un gran día en la balsa de la isla de Mallorca.

UNA DE OLIVOS

"El alma prima arbolorum" era como denominaba Quinto Horacio al olivo. Un poeta que deseaba la perfección absoluta, el no va más de la culminación en la expresión.
Aquel hombre antiguo de reflexión era hijo de un esclavo, de un don nadie, pero resulta que entendía de olivos porque observaba en su aceituna el totem de la excelencia.
Aún los siglos continuan levantando estos arbustos retorcidos, troncos con recovecos únicos. Siguen fascinando los olivos que, coronados con ramales, braman al cielo su libertad, sudando por sus terminales la savia con olivas diminutas.

Son las almas antiguas que toman cuerpo en bellas y arcanas formas para observar el paisaje de la vida y, simplemente, moviendo sus pequeñas hojas. Es el "arbolorum" que, igual que Horacio, siluetea con perfección aquel sueño que anhela exprimir la aceituna de cada instante, la que nos brota por las ramas de nuestro lado.



miércoles, 18 de julio de 2012

EL BOSÓN


Se trataba de la "the goddman particle", la maldita partícula complicada de hallar, difícil de arañar e imposible de acariciar, por cuanto de rara tenía; y por ser una insólita minucia, una irreverente, siempre se convirtió en la extravagante obsesión.


Ahora, la oveja negra ya no es tal, se ha vuelto la preferida y la más interesante, la reina del carnaval. Por ello, la miga bonita, inexplicablemente, ya tiene el título nobiliario de la Partícula de Dios. El señor Higgs, se las vio y se las deseó para colocar en la mesa del microscópio al escurridizo bosón, a la mota inconcreta tan particularmente minúscula como su fuera un pelo de Dios.


La triza, el horzuelo, o sea el bosón, en realidad es el apellido de un físico y matemático de las tierra de Mahatma Gandhi que manoseaba partículas con Alfred Einstein, el señor Satyendra Nath Bose. Con el señor Higgs, la pizca endiosada, adquirió la virtud de ser subatómica y, además, obtuvo el papel estelar de originar masas. La masa pesada que se cuece en chup-chup por todo el universo.


Ahora, yo amo a esta partícula en cuestión, no porque sea una uña de Dios, sino porque soy un enamorado de las minucias. Quiero a esa pequeña cosa que trasiega por los átomos y que planta la cara aquí y que se desintegra seguidamente allí. De pronto, abre los ojazos y después los desvía con mirada que te deja desorientado; además, me fascina estar asombrado y en ascuas ante una chispita.


Sí, quiero a la desconocida chispa, con sus pedazos desperdigados de un tal Todo y que flotan como pompas de jabón en este gran lío de por aquí, en este gran archivo comprimidito, apretujado y recompuesto, colocado dentro del exhuberante cuerpo de la señorita materia.


Y en todo esto, entre mi migaja de amores, me da que Dios se toma varios cafés con leche en la esquina, mojando en el caldo de la taza el escurridizo y perforado donuts de Higgs.

domingo, 8 de julio de 2012

EL BOSQUE DEL ABECEDARIO

...cientos de árboles contienen el aliento sobre tú cabeza...”.

                                            Ángel González

Vivo en el bosque del abecedario, entre sus árboles y los recitales de letras que en él se componen. Me localizarás pasando el río al cruzar por el segundo puente, el que está hecho de troncos. Doy estas indicaciones para que me encuentres pues no recibo visitas. No me aburro por estar solo ni la apatía va conmigo, tampoco padezco alguna extraña soledad.

Pero deseo tener un encuentro en mi bosque de letras, viendo tú imagen entre los árboles. La petición de que vengas la escribo con la clara intención de que estés aquí. Sólo te demando la silueta perfilada o dibujada entre dos de los robles de enfrente. Incluso me conformo con tú presencia en forma de bruma en la espesura de la arboleda.

Cuando llegues, te enseñaré el arte del abecedario con la gloria de una "g" y la intuición de una "i". Cuando las veas a ambas unidas notarás el espíritu del bosque, el cual me visita desde hace años.

Charlaremos y hablaremos con devoción y hasta platicaremos con atención. Las tres cosas a la vez porque son lo mismo. Esta es la manera que tengo aquí de encadenar la libertad de la expresión, es mi forma de vivir con las palabras todos los mismos instantes.

Cuando vengas haremos un fuego con algunas letras y verás que por mucho que se quemen siguen impecables. No se chamuscan aunque te empeñes en ello, y hasta son muy calladas. No hay quejas. Lo descubrí con la hache una noche de frío en que metí una de las mayúsculas en la hoguera y ni una chispa saltó como espiga al viento, ni un quejido. Es una letra silenciosa y cuando está como brasa, sigue muda. A la mañana siguiente estaba igual: tiesa y apoyada en sus patas, como si nada. Al resto de las letras les pasan cosas similares y todas siguen lozanas y frescas después de una noche de quema.

Por mucho que veas el lado gracioso, no te rias de mis artimañas porque no es un circo lo que cuento. La situación es seria en el bosque, y más, desde que tuve su espíritu sólo para mí. Vivir en el verdor del trazo de una letra “v”, o en la máxima del tronco de una “m”, desprende un enigma que hace que en las letrillas reaparezcan las formas del misterio, y esta situación no es premeditada.

No estoy en la arboleda a cambio de darme el pego de impenetrable ni para estar por encima del consumo sostenible y murmurar que soy más ecológico. Lo que me pasó es que brinqué del cemento a una espesura sin señal de satélite, sin tener ante mí el engendro de una propiedad. Así fue como llegué a todas las combinaciones del alfabeto, haciendo que rebotaran como pelotas de frontón entre los árboles del bosque del abecedario.

Sin embargo, ser el custodio de un bosquejo grafitero no siempre entraña bondades, pues hace unos cuatro meses, en la tercera semana de abril, apareció un tipo que dijo era el cobrador. Que a ver si pagaba mi estancia en el bosque porque sino lo hacía la cosa iría a mayores. Me informó que mi puesto peligraba y que mi terreno se podría disolver, arar y talar, quedando como un indescifrable alifato árabe y reducido a una jota. Pensé que estaba jodido, pero reaccioné de inmediato y me lancé a solucionarlo. No deseaba que la selva arbolada finalmente se conviertiera en un lugar donde se recordara mi estancia con tres poemas en un tronco; no quería que mi experiencia quedara como el cautiverio vivido entre unos frondosos árboles.

Incluso pensé que hasta algún cantamañanas haría de todo ello una canción, triste y melancólica, tatareando un "la la la" al hombre del bosque del abecedario. Demasiada letra compungida para tanta caligrafía enamorada, y con dos estrofas patéticas, languidecer mis arrebatos de optimismo solitario. No deseé tener una canción por mucho acorde en sostenido que llevara o con arpegios ronroneados a tres dedos.

Así que solventé la deuda con un trueque de monedas por comas y los puntos. Hice collares enganchándolos como si fueran perlas hasta que llené un saco completo. Después vendí todas las gargantillas; las liquidé en la orilla del río haciendo ofertas a los peces. A ellos les encantan las comas y los puntitos, tanto desperdigados como en forma de joyas, porque construyen juegos serpentinos moviéndo la cola y pasando a ras, jugando como locos a zigzaguear. Pasan horas en zarandeos en los que construyen sueños para sentirse unos delfines.

De esta manera mercadeé para conseguir la calderilla con la que aplacar al cobrador y solventar el adeudo. Pero mantuve alejados de la reventa los puntos de arriba y las comas de abajo, porque es lo que da aristocracia al abecedario. Ofrecen, colocados como dos rebanadas, el contraluz de una graciosa sensualidad; además, continúa con lo anterior. ¿Lo ves?, no hace un corte de tijeras ni deja cicatriz; mira cómo lo enlaza y cómo sigue el caminito siguiente. Esos puntos y comas marcan el sendero que va a continuación, y en un bosque es imprescindible tales señales. Pocos cuentos se habrían escrito sin las señales puntualizadas y hechas con unas migas de pan, con las que descubrir por dónde debía seguir escribiéndose la fábula.

Observarás las cosas que se aprenden en el bosque marcando con las equis los atajos, solventando imprevistos con las eles que caminan en fila india o descansando sobre una “t”, convertida en taburete.

Es por ello que deseo y te propongo que me visites. Para verte en lo tenue de una bruma escrita y para sentirte en la improvisación de un escueto abecé. Aquí es donde descubrirás con agrado las veintisiete y estarás encantado de desabrochar de tu mente el corchete. Una vez separado, podrás verlas por las ramas colgadas como si fueran ropas de hilo lavadas en almidón. Y te aseguro que quedarás en éxtasis cuando veas el espíritu que prolifera por doquier, desde cada raiz y por cada una de sus hojas.

Te prometo que lo descubrirás de inmediato, entre los átomos revoltosos de cada garabato, y pegado a la letra con la que empieza eso que le llamas tú nombre.



                                             Anthel Blau



Nada es lo mismo. Habrá palabras nuevas para la nueva historia y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde”.



                                        Ángel González (poeta)







jueves, 5 de julio de 2012

LOS DE ROJO

Unos tipos de pueblo, con la filigrana de una pelota y con el empeine, se han transformado en la daga afilada que destroza al enemigo, rematándolo, además, a muerte. Se han comido todas las redes a pelotazos, agujereándoles el orgullo una a una. Con resistencia numantina han llegado al cenit aplacando cada tempestad dejándola en un fuera de juego. Lo han hecho rodando y triangulando, con un fútbol fresco y estratégico que resiste al negocio de los fichajes de estrellas, esos luceros que se encienden con una mecha corta.

Así que ha triunfado un equipo del barrio, uno que juega entre cuatro esquinas de una calle y que rompe de un pelotazo el cristal de la vecina. Es el del grupito rojo y sudoroso que no detiene nadie en el endemoniado asunto del juego de la pelota; y además, con la obsesión geométrica en la cabeza, el cuadrilátero, han alcanzado el grial de la pelota.

Y entiendo su griterio, porque a veces he manoseado los manguitos de un futbolín.


jueves, 21 de junio de 2012

ALGÚN A VECES

A veces he pensado que ya no tengo más para anotar ni más que contar. Que ya no dispongo de nacientes ideas, que he alcanzado el último recodo de la inspiración, que se ha secado el laberinto construido con términos y vocablos; sin embargo, a la mañana siguiente, observo pasmado un resquicio de humedad. De nuevo supura un flujo por el meollo del lenguaje, un brebaje que empapa el atolladero de la jerga del verbo con una poderosa sensación: la de que soy inagotable y de que dispongo de la energía de los paneles solares. Entonces, es cuando de nuevo pienso que el jaleo de escribir no ha hecho más que empezar.

martes, 19 de junio de 2012

LOS NÚMEROS

La búsqueda de la verdad es una inquietud matemática”.
El espíritu es una ecuación casi resuelta y estoy pendiente del resultado; aunque, siendo aún desconocido, me parece que ya está en alguna parte.

Existe una incógnita numérica que mueve todas las emociones, siguiendo unos gráficos con  procesos aleatorios y que, exprimiéndose uno a uno, hacen un jugo con miles de resultados de intensidades altas o bajas. Ellos fluctuan, y con algún orden entregan sabores a cada sentimiento mientras escanean recorridos a pasitos de enamorados o a zancadas de rabietas; finalmente, envían mensajes cifrados por routers codificados, y después descodificados.

Las sumas y las restas, la multiplicaciones y las divisiones, ya están aprendidas en los programas de educación, los cuales puntuan el pico del máximo saber y al pico de la completa ignoracia, también le mantienen un resultado de número. Igualmente, ya están todas las operaciones minuciosamente anotadas en los códigos de la herencia con sus variables más probables. La numerología, da unos resultados muy precisos bajo cualquier circunstancia con que se resuelve o se diluye una situación. En todo, donde sea, siempre aparecen sus composiciones.

Si lo anotado parece una solemne locura, una suculenta incoherencia, es debido a un cálculo de posibilidades y valoraciones. La composición milímétrica de una teoría está pesada con gramos y marcada en un medidor donde hay el mercurio de las creencias. Encriptadas en determinado abismo neuronal, llenan o vacían de profundidad cualquier contenido. Todas ellas son medibles y siempre están expuesta en la gran bienal de la dualidad. Sólo hay que visitar la macro exposición, año tras año.

Y no hay más, finalmente siempre quedan los números. Ellos son los que arriban con las velas desplegadas al resultado final. Son de por sí magistrales y conscientes; todos retienen la luminosidad del diamante más pulido, el que posee la calidad y la pureza del alma más divina. Por eso, cada resultado es el trozo de alguna brillante Gran Verdad.

(A Issac Newton. Buscador de la verdad por el camino del número)


lunes, 18 de junio de 2012

BREVES Y MICRO ESCRITOS (I)


Hace dos días que circulé por una carretera de muchas curvas que terminaba en una localidad muy tranquila; me detuve en el bar del pueblo a tomar un café y a leer la prensa. Cuando vi la fecha del diario me di cuenta que era el 2 de agosto de 1956. La sorpresa es que en ese día aún no había nacido, y encima podía leer el periodico y hasta tomar café.

No pienso ir al loquero, simplemente, porque todo lo escriba como yo quiero.



------ 0 ------



Empezó el fútbol lleno de gradas apasionadas, de los veintidós que persiguen el cáliz de una pelota. Se alcanza este grial con griterio y correteando por un prado verde con una constante obsesión geométrica en la cabeza: el cuadrilátero.

Lo sé, porque a veces he manoseado los manguitos de un futbolín.



------ 0 ------



El dios bondadoso ya no está en el cielo lleno de estrellas de multicolores. La divinidad se ha mudado al altar celestial del parqué bursátil, al paraíso de todas las plegarias donde se ora a diario el peso del oro con ojos bien extasiados. En este nuevo cielo, es donde por gracia divina muchos de sus rezos terminan con el culo al aire, ya que el brillo del dorado finaliza centellando en otro bolsillo debido a que son mejores las plegarias, además de estar resueltas con más convicción.



------ 0 ------



Llegó el calor en el isla: los gatos están panza arriba, el perro duerme plácidamente debajo de una sombra, y yo remojo los pies en un cubo con agua. Mientras lo anoto, pienso en cómo me atrae lo siguiente que escribiré. Ya tengo interés por lo que todavía desconozco. El resto son pamplinas.

domingo, 25 de marzo de 2012

QUINCE AÑOS

 
Palabras de amor sencillas y tiernas, no sabíamos más, sólo teníamos quince años...


Hoy, esa quincena es una canción con tambores lejanos. Los de aquel año que no pasaba nunca, en el que se deseaba tener los dieciséis, o incluso, tener diecisiete para tatarear a bombo y platillo que eran casi los dieciocho.


Aquellos días de los diez más cinco, que sumados eran los quince años. La época del beso del nerviosismo donde el rubor se envalentonaba con el temblor; y que sin saberlo entonces, nos quedaría de cometa por el universo del recuerdo trepado a la memoria y a la magia del sabor.


Tanto ha sido su hechizo que es una preciosa tonada. La balada que tiene el encanto minucioso de la rachas del tiempo por la que viaja la vida tantas veces pasteleada, y otras, con creces devorada. Y todo empezó desde el cinco más cinco más cinco, que sumados, compusieron un tatareo armónico debido al candor de que sólo teníamos quince años; además, aún no sabíamos más.

miércoles, 29 de febrero de 2012

ANTONI TÀPIES

Has sido el de la imaginación con la plástica del garabato; el meticuloso pincel que ha rayado de visuales baladas el mundo alternativo, descorchando el tapón de la caverna humana por la que se entra a diario por un túnel aún más subterráneo. Y sobre los railes de ese subsuelo, desde ese metro urbano y veloz de la mente, en cada recorrido, le has dado un puntapié y un arañazo al mundo de las apariencias de la superficie.

R.I.P.: (R)evélate e (I)nsiste en el (P)ortazo.

WITNEY HOUSTON

Cantaba como un pajarito desde la rama más alta. Cada tonada era la música completa de una enciclopedia porque afinaba los registros de la melodía de todas las octavas, recorriendo con su voz páginas sonoras de notas con la textura de un zumbido y pose de una clave de Sol.

Pero un día, se desplomó de su rama de altura y su bonito plumaje se sumergió en un charco de lodazal, en una poza de adicciones con sonidos desentonados. Se hundió con su vestido de gasa y terciopelo en las piltrafas de las emociones que saben a mugre desafinada.

Quedó fulminada por la caída, y sumergida en el brebaje de bañera, ni tuvo tiempo para gemir su última melodía ni para estirar sus alas blancas y hacer resonar con ellas el acorde lento del "requiem" de un adiós.


martes, 21 de febrero de 2012

LA TESTA DEL GOYA

"La ficción vive su gala recibiendo un cabezón, y la realidad, vive su desgana soportando un coscorrón".


En la alfombra de una hojilla relato mi sainete y, simultáneamente, sobre un paño carmesí, desfilan los fotogramas de los que llevan trajecitos a medida y colorines en su telar, posando con el glamour de la sonrisa sin tener ninguna prisa. Llevan los pelos recompuestos por si hay que tener el foco delante, mostrando una soltura impresionante.

En realidad, esa alfombra es de quita y pon, como mi cuartilla, que hasta puedo escribirla con la escobilla. Es un tapete con el color del carmín encendido y que, combinada con la vanidad, se puede interpretar con total naturalidad.

Esta función, fascina a cualquiera desde el patio de butacas, pero escama ver tanta esterilla para caminar con paso de alfombrilla. Y todo es, simplemente, para recibir a un cabreado cabezudo, al que cada año se le viste de gloria y que se regala como la testa de Francisco Goya.

sábado, 18 de febrero de 2012

UNA VIÑETA CON HISTORIA

"La historia siempre ha estado batida con la espumadera de la humanidad".

Cuando aquí se llamaba Iberia, cuando esto era el no va más de un edén y con la leyenda negra de ser la cola del mundo, donde rezaba aquello de "non plus ultra", vivía un tipo muy peculiar con ideas de jefe. Era un hombretón que había llegado desde la Galia, después de pelearse con la hija de Atlas, que se parecía a una cordillera con picos de nieve, con cara de cremallera y llamada Pirene.

La montañosa dama, le puso muy peliagudo el acceso al paraiso del fin de la Tierra, y para más dificultad de aquel fornido hombrón, ni siquiera existían unos forrados zapatos para hacer la travesía entre los picos de ella. No disponía de unos engomados "gorila", ni mucho menos de las botas "perdigueras" que, con seguridad, le habrían mitigado la caminata montañera. Estos implantes podales, sólo serían vistos por la finca de Iberia mucho después de la era de Pablo y Pedro Picapiedra.

Este señor de aventuras, con trazas de ser un mito espartano, se convirtió con el tiempo en el rey de todo el paisaje más su fauna. Una vez establecido como soberano, peleó contra quien quiso y así como le vino en gana; sobretodo, cuando el que llegaba lo hacía en alguna barcaza, o aparecía a nado, exhausto y arrastrado. Entonces era cuando lo remataba de un buen estacazo.

Un día, el destemplado hombre ya transfigurado a majestad, se echó una novia, y con ella se lo montó por los cerros de Úbeda para tener descendencia, disponer de una prole a fin y abundante. Su espartana señorita, parió sin descanso en todos los capítulos, y le gestó todo un imperio para el futuro. De este modo fue como empezó la gran casta de los Íberos, aún no asociados por entonces a los ancestros Americanos.

Porque esto sucedió después, ya pasado algún tiempo de los partos y embarazos, y una vez organizado el desorganizado rancho de la cola del mundo. Por entonces ya brotaban unas elevadas siluetas de castillos de piedras y se habían extendido plagas de abadías, donde se murmuraban algo más que rezos entre sus muros.

Pero antes de salir en tropel a cruzar la barrera del mundo del más allá, de cruzar el océano a oscuras buscando minas de oro y collares de perlas preciosas, las progenies de los cerros, tuvieron que echar al mismísimo islam; e incluso, hacerlo con cajas destempladas, empujando a los moriscos estrecho abajo con sus sarracenas, que tapadas, miraban con estupor a las destapadas.

Todos aquellos Íberos de la camada del rey siempre fueron importantes, porque aliñaron en cada época una gran ensalada. Hasta hubo un tiempo, que esperaron a escondidas a los romanos que se presentaron de sopetón por tierra, por unas vías que empedraban a diario como hormigas. O, ante su sorpresa, los vieron de pronto arribar por mar, con unos navíos que llegaban donde querían con la precisión de un GPS.

Y aunque les pesara a los Íberos bravucones, los de Roma, finalmente se quedaron varias centurias debajo de los olivos y sin visado alguno, sembrando pinos y lamiendo el cucharón de cada olla por donde pasaban. Incluso, esos tipos batallosos que parecían unos arquitectos, se fotografiaban con cara de cetro de mando, desplegando su pomposidad por toda la propiedad del filibustero, nuestro coloso hombretón, llegado y arañado por tanta roca de la puntiaguda diosa.

Sin ningún escozor, los de la loba romana, se hacían a sí mismos una excelente publicidad que colgaban en todas las vallas visibles de la vieja Iberia. Y mientras, los hijos de los hijos de la de los cerros que están mirando al Guadalquivir, entre Úbeda y todos sus alrededores, se tenían que chupar el dedo o bien plegarse a su credo.

Por aquel entonces, fue cuando lentamente empezó asomar el futuro, pastoreando de aquí para allá los de la trashumancia estacional, que sembraban por las cunetas flores y tomillos. Y resultó que el jardín colorido de Iberia, ni era la cola del mundo ni la mejor hazaña ocurrida. Sino un plato más en el festín de la verbena que ha ido desfilando sobre el escenario de cada imperio que ha nacido.

Y esta viñeta, que dibuja y que recrea a lápiz la guinda del nuestro, de su emporio lleno de luces y de sombras fiesteras, y con un brindis a su hegemonía o a su vasallaje, se apunta a concluir, que desde la remota inspiración de un fragmento con casi nada esbozado se puede ingeniar casi todo insinuándolo. Poner el modo “play” cuando sea, y decir, además, acelerando la conclusión, de que sí hay mucha tierra más allá de aquí. Que en todas partes hay arena y pedregal; tanta, como imaginación se elucubre en una página de historia oficial.


 

jueves, 16 de febrero de 2012

LOS ENTRESIJOS DEL MICRORRELATO

El "microrrelato" es la manera de contar un suspiro empleando cuatro letras y dos centímetros de ingenio. Con ello, se monta una historieta que nada más empieza a rodar se le hunde una púa de aguja de hacer calceta, para que se desinfle como un globo. Porque en cada relato con el finiquito de "ya está", nada más se contará a continuación, ya que no existirá una siguiente inspiración. De esta manera, queda impreso de seriedad el formato más enano de la solemnidad.

Incluso, hasta parece que lo escrito es la fórmula de una ecuación que hace prodigios, a pesar de que se sabe que con él jamás se llegará a La Meca; sin embargo, con un arte de conlleva mucha magia, se le involucra un final de sorpresa y mueca.

Todo este misterio es debido a una muerte súbita o al más noble haraquiri oriental, pero con una aureola colosal para que se lea como muy trascendental.

EN FEBRERO

Me dejé llevar por ese día de invierno con el nombre de santo y su tradición. Pero, sobretodo, me dejé impresionar por la mirada que presentí de arrebatadora pasión. Y fue un completo error: sus ojos no se posaban en mí. La mirada con semejante ardor era para otro, para el tipo de al lado, el de la otra mesa; y el vecino, era un títere comediante y embaucador que poseía el arte teatrero del enamoramiento.

Me levanté de mi mesa desolado, pagué lo consumido y salí a la calle. Entonces me di cuenta que no se borraba de mi mente aquella forma apasionada de mirar. Así que decidí que volvería al bar para comprobar si ella también lo hacía alguna vez; aunque, a mí mismo me dije que solamente iría a ese café cuando no fuera un catorce de febrero. De esta forma y con tal decisión, conté que tendría trescientas sesenta y cuatro posibilidades anuales, y que además, el año que fuera bisiesto, dispondría de una más: de trescientas sesenta y cinco jornadas para impresionarme de nuevo con una mirada tan embrujada.

A CHARLES DICKENS

Hay hollín y betún en su cara conmovida. Con una ojeada, observa el instante con la precisión de un relojero. Todo lo que ocurre en ese segundo desaparece en medio de miles de páginas fotografíadas con un obturador de frases, y después, reaparece revelado a color en medio del tiempo, recuperándose todos y cada uno de los momentos estremecidos.

Mientras sucede, una farola parpadea debido a que su candil está mal colocado, y por la calle cae el chirimiri de un plomizo febrero al que ya le han pasado doscientos años por encima.

(Siete de Febrero de 2012)

UNA HAZAÑA

Estaba asustado pero a la vez confiado. El comandante del Boeing 747 y su copiloto yacían desmayados en el suelo de la cabina de mando, pero yo tenía muy claro, en aquel sobrecogedor instante, que debía aproximarme a la cabezera de la pista y aterrizar la nave. Hice algunos malabarismos con mis dedos de la mano derecha por los paneles de control, moviendo palancas y tocando botones; incluso, hasta giré un artilugio como si pusiera a un reloj en hora punta. Con la mano izquierda, mantenía sujeto una empuñadura que desplazaba con una soltura impresionante.

Instantes después, me encomendé a todos los dioses posibles y aterricé el Boeing. Lo hice entre unas luces en línea y unos colorines de sirenas que seguían la estela del avión. Por estos detalles supe que había rodado correctamente por la pista, que había detenido la aeronave y despertado en mi cama.

lunes, 30 de enero de 2012

LOS RENGLONES DE LA BELLEZA




Me propongo narrar la belleza con palabras y confabulado con ella construirle unos renglones. Sólo la improvisación podrá lograrlo, ya que con un bolígrafo solitario lo presiento como un teatro sin escenario.

Es la hora de devorarla con hambruna y de glosar su figura desde la estación de tren más oportuna, y subido a un vagón recorrer los perímetros de su marco, observándola fuera del cuadro de la ventanilla con las formas del color y en el abanico que da la horquilla de la mirada.

En la búsqueda itinerante de su panorama veo como se levanta el telón de su criptograma, y como todo parpadea sin ningún programa. Es el demiurgo que se derrama improvisandola, que la rebosa de delicadeza por donde ella rezuma.

Oigo en su brote, como la armonía se mueve con la danza de la estética, y con voz que proviene del fondo de un glotis, canta en un trazo que le da la forma de lazo. Ahora es cuando entiendo a los que con arte quieren llegar a este instante, creando un mundo alternativo en el que siempre estén vivos.

Transfigurado por lo visto, me detengo en su Torre de Babel y me apeo del convoy de mi papel haciendo una raya por la página, la cual vuela con la lucidez de un chamán; y en una hoja de cartulina la detengo en una frase andarina. Es aquella que dice que la belleza es un presagio y que es oída en el paisaje como un adagio; es la que explica que es perseguida en cada detalle, incluso como antojo por la calle.

Esta máxima difuminada se encuentra ya confabulada y con capricho, entre la frescura de los renglones de lo dicho.





EL VUELO DEL ÁGUILA

Cuando tenía treinta y nueve años y un día, algunas veces a la semana subía a una loma y siempre lo hacía en horario de tarde; debajo de aquella pequeña colina se extendía un valle encantado.

Era un lugar por donde bajaban águilas a revolotear, y recuerdo cómo me inspiraban sus alas extendidas merodeando por las alturas, describiendo unos vuelos que me inspiraban otra manera de circunvolar.

Por entonces me gustaba decir, a mi manera, cómo eran sus aleteos y cómo se podía también levantar nuestro despegue. Me embarqué a planear, con solemnes hilos argumentales, cómo maniobrar en cada alzada.

Ahora tengo cincuenta y cuatro años y dos días, y resulta que vivo en el nido de las águilas, así que he llegado a la guarida de su secreto.

Aunque una fascinante incógnita ya había conquistado por entonces y estaba en todo lo que aprendí de cada una de las personas que conocí en aquella loma. Ellas, sentados frente a mí, en un mosaico de miradas ya planeaban por las alturas; además, me desgranaban cada palabra que decía con visión especial y cada una de las frases era anotada con delicadeza y fino oído.

Aprendí tantas cosas que lo llegué a ver casi todo desde arriba, también en rasante y hasta en picado; finalmente, hasta lo vi al completo y al revés. Fue porque me convertí en un especialista de turbulentas acrobacias observando a las personas y a las rapaces. Así fue como desenterré lo que más me importaba: el camino al interior apartándome de manadas y consignas.

Por ese camino y en aquel monte me reinventé; fue posible porque ellos, previamente, me habían inventado a mí. Resurgí del barro como si de una creación del génesis se tratara y me levanté impoluto y decidido a ir a mi aire. Contra viento y marea salí de la gama de los grises, de esa tonalidad por la que se desliza gran parte de la vida más corriente.

Desde la cima de aquel valle encantado supe que la imaginación era en realidad un puente que lo conectaba todo, que unía en arco iris el alma y el cuerpo. Lo supe de sopetón justo antes de subir una de aquellas tardes al cerro, por simples detalles del águila que volaba en el espacio del cielo interior. Desde aquel momento quise ser un aprendiz de alumno y sentarme en una silla, así lo anoté en mi cuaderno y lo registré en el plan de vuelo de aquel cielo de la tarde, entendiendo, a partir de entonces, que cada brisa que hallaba me enseñaba al genio que edifica todo el universo pendiente por crear, y del que yo, no tenía ni idea.

Desde entonces, todas las cosas las he observardo subido a la colina del interior, saltando al vacio del valle y extendiendo las alas para vencer la resistencia de la inseguridad. Hoy, si de pronto estoy en pausa, detenido sobre una roca de acantilado, es que me entretengo con los malabarismos del silencio desde alguna cota. Tales habilidades aprendidas de esa observación, son, en definitiva, saber permanecer callado sin buscar argumentos más que la quietud, escuchar lo que se oye con más coraje, e interpretar con sigilo cada melodía que suena aunque no me guste. Porque fue allí donde entendí el arte que hostiga a ver la obra que se llama la reflexión.

Y toda reflexión al no ser una obligación siempre crea panoramas únicos para el espíritu, antologías en cascada que descifran el enigma del entender. Por lo pronto, con esa técnica he dominado algunos detalles importantes, como saber barrer los deseos que sólo son el polvo de unas estrellas volatilizadas en el cosmos de las fantasias.

También aprendí que desde la madriguera de un águila, o incluso desde el puerto de un marinero, se rema o vuela en la misma dirección, sea moviendo plumas o surcando balandros. Se entrelazan las amalgamas de las miradas de todos con complicidad por ir juntos hacia el mismo destino y por la misma ruta de navegación.

Hoy, que ya quedaron atrás todas las religiones de alcantarilla y me he apuntado el viento del Embat, a ese corriente que trae la brisa desde el mismo mar de la vida, ya entiendo de la idea colosal de disponer de un alma intemporal, que desplegada con dignidad, sobrevuela como águila el sentido de la universalidad.

Igualmente ya entiendo de los sonidos que van más allá del morse, y de las miradas entre los árboles que desprenden la consciencia del bosque, y que sorprenden a todos los ojos que en él penetran. Incluso, ya sé hasta de hadas; a veces, tengo a muchas delante sentadas. Cada unidad interiorizada de esta manera, da alas a la libertad porque contiene todos los tonos de la diversidad.

Con tanto revoloteo, todo lo que digo ya lo improviso, y hasta persigo desde las alturas cualquier panorama con el que pueda escribir sobre un detalle, buscando el apunte final que me permita hacer de lanzadera para llegar así al siguiente repertorio, para saltar al abismo sobrevolando el interior.

Y aunque ahora todo ha cambiado y se ha transformado, continuo imaginando mi aguilucho, continuo volando con inventiva acrobacia y desde la loma de otro valle encantado, surco el cielo con esa paz que me da tener todo el sustrato condensado de mi ruta de vuelo en el álgebra de la memoria.

domingo, 8 de enero de 2012

TIENES UNA CARTA

No te escribo para hablarte en versión manuscrita de la película "Tienes un email". No se trata de involucrarme en la piel de Tom Hanks y tú en la de Meg Ryan, para que ambos interpretemos los disgustos de cada día en la pantalla grande y, simultáneamente, actuar con gusto refinado en las escenas nocturnas, debido a la sorpresa de unos emails aparecidos en la pantalla pequeña de un portátil. Ni tú eres la rubia Meg ni yo el ricitos de Tom. Más bien, eres la mestiza de pelo negro, y yo, el cartero que escribe cartas y que las reparte dos veces al día como unas tartas que llevan, además, algunas nueces.

Tampoco la carta la hago como una primicia para las redes llamadas sociales, ni para un bloc que ahora le dicen "blog", perfectamente compuesta y tabulada en otra pantalla plana; tampoco la transcribo para colarla en el email que nunca revisas. Hasta la fecha jamás te he enviado un correo electrónico como los de la película, para que, al abrirlo, se creen las espectativas de unos días de cine desde donde imaginar húmedos besos en el parque.

Esta la redacto para el otro buzón, para el cajón y para la misma ranura por la que entraron cientos de ellas, porque la de ahora es parecida a aquellas. En todas nunca te he puesto una frase que haya copiado porque era bonita, porque decía lo que no sabía expresar, o era la forma perfecta de contarte lo que sentía. Todas han salido narradas desde el bolígrafo que tengo con la mina metida de la inspiración. Nunca un "te quiero", que después ha sido devorado por la misma vida, lo he pegado desde otro original.

A estas letras de ahora, las deslizo tomándome un café; después, dentro de un sobre, las repartiré con mi cartera de cartero, que además es de cuero, y lo haré con gusto y salero. Cuando escribo tomando el café, exagero, y me reitero con lo que concuerda. Lo hago tantas veces como pueda, y al ser para tí, aún más me esmero al ser tú lo primero. Desorbito las palabras, inflo las terminaciones y enfatizo los finales sin preocuparme si es lo apropiado.

Nunca me ha importado, así que de nuevo te escribo como en los viejos tiempos, aquellos en los que lo hacía a pares cada día, yendo de corrido, atiborrándote de folios por ambos lados, sin detenerme, y sin consultar una palabra o una norma. Siempre llegándote como la caballería montada, o como un bárbaro desaliñado que aparece con su hacha de entre la maleza. Ni antes ni hoy, consulto más allá del corazón; además, él siempre ha ido más rápido que el bolígrafo, acelerando la respiración y cambiándome la previsión.

Pero esta mañana trato de ir más sosegado, componer mis sensaciones de maneras menos brutas, y me recreo con ellas y en la calma emocional que me permite el paso del tiempo. Él me dá otra perpectiva, me muestra esas rayas que convergen en el horizonte de nuestra vida, las que han ido confluyendo mes a mes y año tras año en el calendario de la cocina.

Sé que no esperas cartas como esta porque crees que ya te las mandé todas, que no tengo nada más que decirte. No es así, aquí tienes otra en tus manos; una especial que levanta la pasión adormecida e inflama de nuevo la misma verdad de siempre: que te sigo queriendo. El tiempo no ha borrado la magnitud de su hoguera ni me ha eclipsado jamás tú mirada. Han llegado los móviles y yo te sigo hablando en directo, ha llegado el "ciberespacio", y yo sigo colgado en la otra red: la tus ojos negros.

Siempre te he escrito con el bolígrafo y en un papel blanco, empleando con ellos las artes de la antiguedad, ya que es en ellas donde estás ancladas todas mis sensaciones. Como el recuerdo de caminatas apresuradas por donde a cada paso deshojábamos la magistral que era quererse. Puedo ahora evocar aquellos momentos en los que te decía que no iba a esperar treinta años para volver a verte, ni siquiera tres años, y que hasta tres horas ya eran demasiadas. Tú me preguntabas que cómo haríamos para despejar el camino que nos llevara a la unión, y yo te respondía con un "siempre seguiremos el impulso de cada instante". A todos ellos los he perseguido, sólo me he detenido en los momentos acordados, porque, el resto, los he andado sin parar.

En todo ese devenir de pasos te he sentido en cada detalle, plegando el ovillo de lana que amontona recuerdos y experiencia. Hoy, sigues en mi alacena, en el bote de la canela fina que se mezcla en la taza de porcelana y que a sorbos se toma su exquisitez. Hoy, devoramos cada trasiego y cada deseo, buscándonos entre los arrebatos del ayer y los muebles del presente.

Y mañana, nos comeremos el postre que nos guste mirando algún sol de verano. Y seguiremos hablando desde nuestro sabio arcano, desde aquel entender conquistado que, justo ahora con emoción reclamo, porque mantiene una verdad en este párrafo, el de que hoy todavía te amo.

martes, 3 de enero de 2012

EL MINUTO UNO

En el principio del minuto uno saltan los tapones de champán en Oriente. Es por el Pacífico donde empiezan a volar los corchos que declaran la llegada de un nuevo tiempo. Ahí comienza el año con un ritual espumoso que, con coloridos añadidos, salpica con religiosidad un sin fin de sonrisas y entrega sin rubor los besos primerizos.

Como una gran ola se levanta la cortina de las alegrías que recorren al galope de un caballo blanco todo el Planeta, de Oriente a Occidente. Un “tsunami” de esplendor y fiesta baña y reparte sin codicia millones de propósitos, anhelos y esperanzas; a esa cascada se entregan las mejillas, las manos, los labios y los achuchones, porque, en esos instante del minuto uno no se repara en gastos emocionales. Los compromisos de siempre se reinstalan otra vez en el disco duro, en los archivos que marcados con una cruz, indican que ha llegado de nuevo el jolgorio y los apretones.

Las ilusiones renacen de las cavernas del año finalizado, estirando los hilos de la emoción que son los retoques de unos deseos que fulguran a tope. Son aquellas ilusiones que brillan como luciérnagas en el minuto uno de cada nuevo ciclo, una vez puesto el cronómetro a cero. Están en el principio que siempre llega contado al milímetro, señalado con una exquisita precisión entre segundos y milésimas. Están en todos los instantes mágicos de la ceremonia en los que se corona al amor fraternal de la dinastía humana, en un rito en el que resuena el órgano del coro que acompaña el canto de la misma letra de cada año, con el mismo retronar de alegre revuelo en sus voces. La retahíla de una gigantesca melodía devora la Tierra con el coro de la humanidad y con colores del arco iris de la felicidad. Son, en definitiva, los adagios de besos y de abrazos, y es cuando se proclama la universalidad de que tenemos todos los mismos lazos.

Y mientras la filarmónica de seres humanos brilla en la obertura del minuto uno, el entramado inmediato que está en paralelo a nuestra monumental alegría, nos observa con el pijama de franela puesto, asombrados y para irse a dormir; él no celebra ningún minuto uno ni siquiera el siguiente: el dos, o el tres. No tiene contabilizado llegar a un último instante del tiempo para rememorar los propósitos de la dicha una vez ya finalicen los doce sartenazos del reloj. No está en sus planes renacer en un explosivo minuto uno.

Ese universo que vive en paralelo al nuestro y que observa como se fabrican los recuerdos que se reviven bajo el embrujo de las campanadas, son las especies y los genios del verdor, son los bosques llenos de árboles, son las montañas y los valles con sus formas contoneadas. También son aquellos seres que tienen cara y pelo que les da cobijo y que nos miran con ojos observadores, como felinos muy atentos al entorno viendo nuestros temblores ante la felicidad que, como si de una llamarada de petate se tratara, tantas veces muere en cada combate.

Es el encantado Planeta Azul que resiste como jabato al resto de minutos que siguen al uno, haciendo de tripas corazón para mantenerse a nuestro lado, viendo pasar nuestro tiempo, sea de día o de noche, en el que soñamos con las metas tantas veces diluidas en aguarrás. Es el que nos observa de nuevo bailar, danzar un vals mientras nos besamos y nos amamos en el abanico desplegado del desamor. Nos mira darnos los abrazos más vertiginosos con pasos de salsa que tienen el sabor de la espuma de un cava descorchado.

Nos ve todas las esperanzas adquiridas y cómo la felicidad del brindis se diluyen cada día en la cuesta empinada de enero, la cual termina rodando sin control en la pendiente de febrero. Y cuando llega marzo, ve como la calma de la primavera nos sonríe haciendo eco entre la suerte y la fortuna, donde ambas rebotan en el tapiz de los coloridos del primer minuto. Pero, al llegar abril, estalla para dibujarse en un mayo alterado. En Junio, observa como la ilusión es que la chiripa anhelada se extienda en tropel para que cuando llegue julio y agosto nos cante hasta el anochecer. Sin embargo, una vez en septiembre, sabe que sólo nos murmura para entrar a octubre, y envuelta en la niebla del noviembre, buscará hacer la última carambola de la felicidad, porque, cuando ya sea diciembre, sólo quedarán unos días para que salten de nuevo los tapones del champán desde la ola de Oriente. Y así es como, año tras año, en el instante del minuto uno, se destapan los mismos deseos y las mismas ilusiones, que se sirven en una copa que se apura con los deseos de tener la mejor suerte.

Con este desglose del coro emotivo de la humanidad que canta en silencio durante el año, ni los Mayas podrán dar el carpetazo con el calendario del acabóse. Porque habrá otros sesenta segundos del siguiente minuto uno, donde se descorchará de nuevo el ritual espumoso de los deseos y de los abrazos fraternales. Y nuevamente, en el final de otras campanadas sincronizadas, comenzarán más besos primerizos y más deseos de la mejor bonanza y fortuna.

Que esa dicha tan deseada esté en las subidas siguientes y que no se diluya en las pendientes por bajar. Que la felicidad se sienta desde enero a diciembre, y que se huela la prosperidad entre los coloridos del verdor y en cada uno de sus animales. Que minuto a minuto lata fuerte el bienestar sin detenerse, igual que un corazón de Planeta que resiste cada palpitación. Que ella, la felicidad, esté presente en todos los siguientes minutos del año en el que escuchamos el tic-tac de su latido.

Hasta el abrazo y beso del siguiente minuto uno.