jueves, 16 de febrero de 2012

UNA HAZAÑA

Estaba asustado pero a la vez confiado. El comandante del Boeing 747 y su copiloto yacían desmayados en el suelo de la cabina de mando, pero yo tenía muy claro, en aquel sobrecogedor instante, que debía aproximarme a la cabezera de la pista y aterrizar la nave. Hice algunos malabarismos con mis dedos de la mano derecha por los paneles de control, moviendo palancas y tocando botones; incluso, hasta giré un artilugio como si pusiera a un reloj en hora punta. Con la mano izquierda, mantenía sujeto una empuñadura que desplazaba con una soltura impresionante.

Instantes después, me encomendé a todos los dioses posibles y aterricé el Boeing. Lo hice entre unas luces en línea y unos colorines de sirenas que seguían la estela del avión. Por estos detalles supe que había rodado correctamente por la pista, que había detenido la aeronave y despertado en mi cama.

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