viernes, 30 de diciembre de 2011

RECITANDO LO QUE ESCRIBO

Voy a leer lo que escriba, así que lo que anote lo leeré públicamente, a ver si me queda claro con mi propio resonar. Se trata de hacer un cambio de look, de registro. De escribiente a leedor, de anotador a recitador.
Empiezo a hacerlo, por lo pronto, y para que se oiga bien sin carrerilla, sin hurgarme la nariz y sin buscar palabras conmovedoras.

Es cómodo y sencillo dejar de imaginar, de improvisar, de componer hilos ocultos para entretejer axiomas de camino hacia alguna historia, porque ahora sólo leo, no pienso, no recreo. Deslizo con la voz lo de mi cuaderno de campo. Digo lo de un campo, para que sepáis que tengo una extensión inmensa sin escriturar ni notariar. Está aún en blanco y la he robado en Carrefour. Me refiero a las hojillas cosidas en una espiral que forman el blog. Mi suerte me acompaña, pues no me han pillado esos soniditos alarmantes que resuenan entre los muros de sensores, en los escáner del control del descontrol.

En el mangado libreto anoto como un exaltado escribidor, pero sin llegar al estado poético, para no pasarme de rosca, sino que lo hago entre los residuos del lirismo postizo, en la trastienda de un anticuario, aunque tampoco soy muy antiguo ni un trasnochado. Ni soy de los que miran lánguidamente por la ventana, con careto de jodido, recordando aquello de que nadie me quiere; de que en realidad no me desean y que, debido a ello, estoy cada vez más y más jodido en el revoltijo de las anotaciones, llorando encima de mis páginas sin escribir.

¡Me gusta, coño! Cuánta mayor cantidad de frases pongo como ésta, más me alucino de mí mismo, más deseos me nacen a seguir leyéndome. Así que sigo metido en mi lectura, recitando mis reglones torcidos, que, además, no sirven para nada. Pero los escribo porque sí, y los leo sin rubor. Es que me gusta perder el tiempo con el bolígrafo, las letras y las comas, más todas las hojas aún por estrenar.

El éxito de esto que hago ahora, lo de leerme, no depende de construir, sino de destruir. Porque el éxito sólo empieza por "e", y con acento, y finaliza con "o", y sin tilde. No son más que dos vocales de cinco. Es tan simple este asunto de llegar a la gloria, que todo depende de cómo pegue el monigote al final de la espalda, en el culo. Pero, como la victoria es también tan minúscula, tan de nalgas abajo, que le cuelgo este "pero" para que se embarre hacia lo surrealista, y a zancadas pase a algún lumbrera que emplea el abecedario perfecto. Yo estoy hasta el cuello con el imperfecto.

Si soy sincero, debo deciros, que lo oído de lo que leo no me suena para nada al ritmo de una melodía habitual, porque el Si bemol chirria y el Re menor está desafinado. Así que lo mejor es meterle alguna metáfora, pero de esas que no se entienden, de este modo quedará el texto inmortalizado durante un hora.

Me basta, tengo suficiente con sesenta minutos. Ese lapsus es el idóneo para escribir lo diferente, una inspiradora leyenda, y recitada como una canción de Bilitis. A ella, a Bilitis, mi lectura sí le pega como balada, porque descarga erotismo, abruma con caricias en la piel y desprende sudor y jadeos. A la semidiosa griega, la que vive en la oscuridad porque es casi ciega, la recreo en medio de este fregado, y si quisiera, hasta la metería en una frase tan lárga y de página entera, y, encima, por el otro lado la seguiría.

Cuando lo haga, será cuando volveré de nuevo a leer,... a leer,... a leer...

Esto, tal cual, hay que ponerlo así, en batería; hay que repetirlo como un loro. Releerlo, machacarlo con sutilidad y ponerle su apropiada cadencia de voz. Darle a lo mismo las veces que sea, y con una entonación que imprima alguna preocupación. Incluso, si fuera preciso, recitarlo como una matraca, y, erre que erre, ponerle en su final una ración de matarile. Sumergir todo el palabrerío en un etcétera para que se aleje de la voz, del papel, del cuaderno de Carrefour.

Así es como veo lo que leo: con los ojos cerrados y la voz muda, y hasta con un apetito feroz para devorar lo que sigue a continuación.

Haré, para lo siguiente, lo que dice el del bombín Sabina: pediremos la cena con velitas para dos, y a partir de aquí, entrarle por el cuello de la botella. Beber, beber y volver a beber hasta alcanzar el hartazgo del alcohol, ya que por ahí va la cosa más sublime.

El asunto que mola a raudales es ponerse ébrio, porque es como llega la gran inspiración. Esa es la clave secreta. Aunque si bebes no conduzcas, si acaso sólo manejaré al volante las creencias de que bebiéndo y maldiciendo me convertiré en un genio con lámpara, y que, finalmente, transmutaré a botella. La alquimia se destila con el alcohol y se evapora entre sus humores y vapores. Este es el humus de la meta materia, el compost de la sustancia incorpórea, la fórmula de las fórmulas con la que se obra el milagro de componer escritura y derrochar poesía. Es una maravilla. Es fascinante cuando aparecen sin más los poemas del copón, los mejores de la transformada inspiración.

Y aquí sigo, leyendo, y por ello ya me siento emborrachado de la locura que gusta, pero envuelto en la sátira que disgusta. Así es como me las doy de lector, haciéndome pasar por un escritor. Y de esta manera, el tonto de turno, el artista verdadero, ese que no pasa de la letra "a" de atormentado, podrá decir lo malo que soy leyendo, y también, por supuesto, escribiendo.

Gracias, encantador “a” de atolondrado, que sin entender una sola frase, has resuelto el galimatías de los vientos de mi ignorancia. Tú sabes que mis palabras, finalmente, no se parecen a las poesías. Ellas, las mías, no son más que unas alocadas y disfrazadas albarabías.

He terminado, ahora sí, de leerme.

domingo, 18 de diciembre de 2011

REVELANDO A MI MUSA

       Escribo desde una jaima de beduino y en ella espero que llegue mi musa inspiradora. De sopetón, entra sobre la alfombra de Alí Babá, trayendo consigo una alforja con cuarenta palabras que desprenden el perfume de las hojas en blanco. Su llegada se percibe con silueta amorosa y siempre procede del sur, donde están las gotas del rocío de aguazur.

En cada aparición por mi morada me enseña a escribir en tres bandas, y, para que lo sepáis, la que se lee es la de en medio. No es la mejor, pero es la que termino. La primera está muy por encima de esta lectura finalizada y la tercera supera incluso la primera. Diría que, paralelamente al texto terminado, por ambos laterales aparecen los contenidos de la escritura inacabable. Lo resumiría como la del manuscrito más largo jamás redactado en códigos especiales. Y en eso queda: en un papiro enrollado oculto a los mortales.

Siempre conservo en botes las ideas que me trae y macero en vinagre las frases que más me atraen; después, las guardo en tinajas recogiendo las desperdigadas migajas. Realmente, de su lírica talega saco ingredientes para una sopa, y a sorbos me lleno el buche tratando de no atragantarme ni con la equis ni con la hache. Finalmente, le preparo un desayuno con diamantes, después de una larga noche de amantes.

Lo revelo sin pudor y a ella no le importa que lo haga. Con eso que cuento no quiero dármelas de incongruente soñador ni tampoco de solitario. Tengo su compañía casi clandestina y sin dudarlo digo que es divina; además, me contagia con versos bien armados, sin descender con ellos a riñas de enamorados.

La musa también me recalca que para escribir debo dejar de hacerlo, para que de este modo observe, y desde fuera, lo que no aparece en el texto. Su forma de decirlo me implica a hacerlo y siempre es genial y es demoledor el intento. Al ponerlo en práctica me enzarzo en palabras o abandono todas las letras, así consigo desde el principio la mitad de la solución en cada argumento. La otra mitad de la historia fluye como la sangre, borbotea como herida en la piel que tapono con pétalos arrancados de clavel.

Sé que vivo como un nómada, pero que puedo escribir como un "gentleman", como un dandi que pasea por Central Park. Agiganto la realidad y la trituro como la arena de mi desierto, provocando con ello tormentas que lo cubren todo de polvo. Todo es gracias a la musa, a ella se lo debo. Devoro cada una de sus visitas como si fuera la última y me bebo a morro todo lo suyo, devorándola como si fueran tragos de botella. La inspiración fluye cuando la musa intuye, y me derramo con ella por un paisaje de dunas doradas que las convierte en una obra de arte, recordándome, que no olvide ninguna parte.

Soy como un beduino que desde su tienda baila como un sufí, enrollando las pieles de cabra para que el sol dance a la musa de alhelí, y se recueste entre pelos de camello, que por quince rupias de plata de mohúr, hacen de descanso a la dama del sur.

Así es, sencillamente, como nace cada nueva gesta, tal como ahora he escrito de esta.

A la musa que con alfombra visita mi jaima, enseñándome con inspiración que todo sale del alma.

domingo, 11 de diciembre de 2011

EL FIN E INICIO DE DOS

He asistido al fin de dos, por vía teléfonica y skype. A la liquidación de su mobiliario del amor, con el hundimiento incluido de los puentes del cariño por los que se podía pasear fotografiando la lejanía. Los mismos puentes que Clint Eastwood y Meryl Streep decidieron en unos segundos si debían mantener en pie o no.

He escuchado en su final los estirones que han terminado rasgando los ojales, saltando en cada tirón los botones de los vestidos, igual que cuando se caen a tropicones los visillos colgados del portier de la alcoba, poniendo patas arriba la habitación de enamorados en la que tanta pasión se libera en las horas de ajustarse entre sus sábanas.

He sentido el desconcierto bañado con lágrimas ante ese final. El aguacero de la confusión que se genera en el alma y que se extiende por todo el perímetro de la piel, una epidermis turbada porque se esfuman las caricias que sonaban a baladas preciosas. La pequeña sinfonía de los mimos inacabables y de besos encolados, quedan despegados y en el silencio más atronador.

He visto como de pronto queda rezagado, igual que le pasa a la velocidad de la luz, ya que cuando una primicia se le presenta es adelantada en cualquier curva. La novedad baila con demonios llamados neutrinos, los cuales se presentan como las partículas que tienen más acelerones de pedal, dejando en ridículo el chorro de la anterior claridad enternecida. Acaban, en cualquier vuelta del circuito del querer, con el haz de las chispas del amor.

He comprendido que lo grande es efímero, que lo enorme es minúsculo, y que aunque al amor lo inviertas, lo coloques al revés y lo busques en Roma, es un pájaro libre que sale por la ventana cuando le da la gana. Una sopa de letras que no compone más historia que la que dura ni se estira más de lo que le toca. Caduca en un fecha desconocida, pero que también se reinventa en un código nuevo cuando menos lo esperas.

He creido oportuno mencionar todo esto, porque es el fin de tantos que van a la par, a dúo de amores o de desamores. Acompasarme con sus latidos, con sus apegos del cariño de cualquier época, a la de esos tiempos donde los unicornios pastan y se ve a las perdices como si fueran unos cisnes que forman corazones con flechas atravesadas. Puntas clavadas en los ojos ilusionados de la mirada, desde donde se contempla la arrolladora sensación de haber llegado al desembarco del querer, y de ser querido.

He pensado finalmente que ahora, entre un teléfono, un "skype" y un adiós, la flecha queda descolgada de la diana de los cisnes. Pero que mañana, está a la espera de que otra corazonada la lleve al blanco, otro cruce donde recontruir un puente nuevo que conecte la línea del te quierocon un mensajito de que “te amo”. De nuevo un teléfono, lo que desconecta lo volverá a ajustar. Lo puenteará con otros mimos entre sus sábanas, y en sus cuatro esquinas aparecerá el nuevo ajuar del cariño en el inicio de dos.

De nuevo, vuelta a empezar...

viernes, 2 de diciembre de 2011

UN MUNDO SIN FACEBOOK (feisbuc)

He leído que en cualquier momento se termina el Facebook, que será destruido como si fuera un olivo milenario al que se le corta de raiz. Si ocurre, nuestra adoración será truncada, pues dejaremos de cobijamos como pájaros bajo sus ramas. Si sucede, después de su desaparición llegará el caos, el final de la cara cuadrada del margen izquierdo, arriba de la pantalla del PC, del portátil liguero y de colorines, de la lap top pagada a plazos.

Si llegara ese final viviríamos un momento delicado porque regresaríamos al ayer, al discman a pilas y a su soledad colgada del cinturón. Volveríamos a empezar con todo y deambularíamos sin los amigos añadidos que, además, tienen un porrón que coincide con los nuestros. De nuevo, la amistad volverá a apuntarse a pie de acera, será añadida entre las casualidades de la vida o por los cruces causales que finalizan siempre pisándonos los talones. Volveríamos a las preguntas directas, a la voz de siempre con las interrogaciones del pasado: "¿cómo estás colega?"..., "¿trabajas o estudias?"... Igualmente recuperaríamos aquella fórmula arcaica que decía: "es un placer conocerte". Después, se extenderá la mano...

Me pregunto si los destructores presentarán un finiquito liquidándolo a bombazos, o más bien afilarán las rayas de los códigos de barras para lanzarlas, una a una, como flechas contra la tupida selva que entreteje la comunidad del feisbuc. Es increible si presenciamos tal esperpento porque, estoy seguro, que escribiremos en directo la historia del caos. Nos quedaremos a un paso del holocausto de nuestra ciber comunicación, a unos meses del final de los tiempos. El apocalipsis habrá llegado de la manera que jamás hubiéramos imaginado en los libros sagrados o los códices Mayas: convertido en polvo cósmico (ciber polvareda) el entrañable parloteo. Todo quedará triturado, componiendo estelas circulares en nuestra preciosa bóveda estelar.

Imagino en esos días leer acongojado la portada del National Geographic con fotografías de la Nasa, documentando en doce páginas interiores el desperdicio de palabras, frases alocadas y signos de admiración de tantos enganchados al feisbuc y ya huérfanos de escritura, de palabras desesperadas, de apoyos y desencantos, que volarán para siempre en una hilera apegotada dibujando una gran cola de cometa. Y será para la eternidad... A no ser que se tope de bruces la procesión ante un agujero negro...

Cuántos jajajaja, jijijijiji... se perderán para siempre. Ahhhhhh..., yastoy..., llegueeeee..., soyyoooooo... Cuántos tquieeeroooooo..., miiiiicieloooooo..., stasssahiiiiii..., vollllvviiii... no regresarán ni volverán a entrar en bandada de gaviotas por el escaparate del feisbuc.

Todo esto podrá pasar porque unos desalmados afirman que lo destruirán como medida de protesta, y para plantar cara al desaguidado de la privacidad. Ellos afirman, que los jefes del feisbuc, venden información de nuestras conversaciones (las que hacemos entre las bambalinas de la emoción) a los gobiernos. El intercambio secreto entre jefes y magnates, un trueque de nuestras letras con sus fotos, ha sentanciado este colosal final de los cables rotos.

Imagino cuántos momentos ya no volverán debido a la dichosa paranoia de destruir, si se consuma tal ataque a la “carátula del libro de la inmediatez”. Cuántos instantes se perderán por entre los tules semi trasparentes de frases de deseo sin saber de que quizá se miente. Como los miles de instantes de arrebatos que se viven, como el de un amigo mío llamado Pedro que, desde que agregó a María el 2 Julio, viven los dos de ardores y amores nerviosos, buscando en el día a día darse besos con diálogos enzarzados. Y todo esa magia con su humareda, provino del germen de unas letras en forma de pregunta: "¿Quién eres?", "me llamo Pedro y tú", "María", "qué bonito nombre", "gracias", "mmm, creo eres la mujer que busco", "¿yo, porqué?", "es un presentimiento, lo noto", "uf, qué fuerte, estás loco", "sí, lo sé, lo estoy", "al menos lo reconoces. Ya es algo, pero me asustas", "no María, no te preocupes, soy sincero", "ahora sí me preocupas más, creo es mejor terminar aquí. Me das sofoco"...

Pero aquello no se terminó. No había hecho más que empezar un airecillo aromático en su vida normal y con aumento hacia un vendaval por las fuertes rachas del norte. Y llegó todo por el cable de la señal del sofoco, de la pasión por una húmeda unión... "María, te hablo en serio. No te preocupes, necesito saber de tí. Esto no me había pasado nunca", "ni a mí Pedro, y me pregunto por qué me pasa ahora", "eres mi media naranja, creo que somos almas gemelas", "¿no?", “sí María, lo noto, lo siento en todo mi ser", "¿cómo lo sabes?", "es que soy muy sensible", "yo también lo soy", "¿ves, María?, tenemos la misma sensibilidad", "sí, tienes razón. Qué fuerte Pedro, estoy asustada", "tranquila amor, estoy aquí. ¿Te puedo llamar amor, verdad?", "sí Pedro, me sienta bien oirlo", "y a mi decírtelo", "gracias amor", "¿ves, también lo has dicho?", "¿el qué?", "dijiste amor", "¿yo?", "sí, tú"...

Cuántos arrebatos se amontonan entre distancias que se aproximan, irremediablemente, a cada una de las texturas del deseo. Si todo esto se va al traste se hará añicos a pedradas, y serán lapidadas las historias más inquietantes entre duos de pasión. Serán borradas las mejillas sonrojadas y las punzadas de la entrepierna. Se pudrirán las naranjas partidas y jamás volverán a actuar en el teatro del feisbuc; en el caso de mi amigo, esto pasará en su parte trasera, detrás de las cortinas, en el "neckbook", la nuca del libro. Ahí es donde serán sepultadas sus conversaciones.

Si se destruye la maraña de encuentros, se abrirá una brecha de abismo ante cada ímpetu de frenesí y se perderá todo entre los polvos del big bang. Todas las poesías finalizarán su lectura y las frases escritas en positivo se revelarán a oscuras en negativo. El mundo será diferente, ya que el amor secreto volverá a anotarse en medio folio y por el correo ordinario de la lentitud y la espera.

Y esto: "Pedro, me gusta sentirte, saber que estás aquí", "lo sé, a mi me pasa igual desde que te agregué", "te quiero Pedro, soy tuya, pregúntame lo que quieras?", "¿de verdad María?", "sí, Pedro, no seas tonto", "gracias María, me encantas", "y tú a mí", "quiero saber algo, María", "¿el qué Pedro?", "¿qué llevas puesto ahora María, pero no te enfades?", "¡ja, ja, ja!, no me enfado, tonto. Mmm, llevo...", "¿el qué María, me tienes impaciente", "¡ja, ja, ja. Mmm, pues llevo... un liguero", "¡uf!, por dios, Maria", "¿te gusta?", "sí, mucho ¿de qué color?, "ja,ja,ja,... es rojo"... Esto quedará chamuscado entre el rojo y el sonrojo, sobre alguna aurora boreal y fusilado por los rayos de sol en algún punto de la emoción, y de la piel.

Si esto pasa es que seremos expulsados nuevamente del paraiso. Iniciaremos otro éxodo y con sandalias de trekking haremos otra travesía del desierto. Con los listados de miles de agregados (yo sólo podré aportar unas cuantas docenas) los domingos se montarán romerías para intercambiar canciones en mp3. Paralelamente, habrá aumento de ventas de garrafa para hacer el botellón y evitar con ello los síntomas de la depresión.

Así es cómo describo el brillante futuro que nos aguarda, su repertorio de secuencias ante el inminente final y bendecido por un dios negro que pulula entre los que nos salvarán la privacidad, dejándonos desperdigados y sin tener otra posibilidad.

Pero sí después de tanta monserga de amenazas, el tiovivo del feisbuc sigue hirviendo en su caldo, sirviendo mesas y rodando cervezas. Sí después de tanto bravear con aniquilar la gran telaraña de las portadillas de rostro, la vida sigue igual y la Rueda de Samsara gira en la perpetuidad, es que estamos ante el auténtico tebeo de la vida. Nos hallamos ante las caricaturas de las viñetas de Carpanta, donde hay una frase que pone: bla, bla, bla, bla, bla... O sea, nada de nada.

Al final, puede que simplemente se trate de unos tipos espadachines que lanzan agravios, palabrerías y argucias con asaltos a las murallas del fuerte para así provocarnos un soponcio, para distraernos con castañazos huecos; sin embargo, para los cara-libros, para los jinetes del feisbuc, el "bla bla bla" de Carpanta lo será todo, porque entre un "bla" y otro "bla", continuaremos armando cada día la de San Quintín.

Y, amén.

jueves, 1 de diciembre de 2011

CUBA ESTÁ EN UNA ESQUINA

La he visto ahí, en el canto de un ángulo recto y pegada con araldit al Caribe de Argentina. Esa Cuba que describo no se llega con un mareo de velero, pero se sale de ella aturdido, ebrio como una cuba, y a pie.

Fui hasta allí igual que como se abandona: caminando. Se trata de un bar que a veces se transforma en garito, o en antro (así lo llamarían los amigos que viven dentro del contorno que un día definió Américo Vespucio). Me sumergí a la moda de su nocturnidad y a los ritmos de su ansiedad; esa desazón que se dora al horno, pasteleada por detrás y otras desde el frente, para ver quién la consigue sacar más crujiente.

No se hacer pasteles, pero los puedo describir como si los horneara en diez minutos, a doscientos veinte grados; después, comprobar su textura con un palillo y meterle cinco minutos más de hornito para que tenga el punto genial, conseguir el puntazo en el paladar. Sacar el bizcocho con un sabor increible que gustará a la mitad de los que lean esto, y a la otra parte, les dolerá la tripa por el empacho de la glotonería de mis argumentos.

Y sigo. En ese horno de la Cuba leonera más un cubata en la mano, las féminas se movían al ritmo de lo que fuera; todas, se contoneaban a veces rápido a veces lento como unas hadas de la noche, observando con buen augurio el mal agüero de los varones que, como si de un vergel humano se tratara, parecían los capullos que no se terminan de abrir en el parterre del invernadero. Estaban sin agua, secos del aqua vitae, pero pretendían, desde su tiesto de pedestal, regar a esas hechiceras floreadas que el viento zarandeaba a ritmos de salsa. Observaban impávidos e indiferentes un bailoteo que iba desde un vals de miradas a un agarrón de tango.

Apenas se bailar, pero puedo moverme como una anguila en el barro de la pista y a la vez entretenerme con una frasecita tonta o un axioma trascendental. Hacer de una noche cubana un sol naciente que con tonos dorados me regrese al horno, al pasteleo de los "findes", a esa fauna de pasmarotes chamuscados, que además son realmente sabios, ya que persiguen hacer pero fingiendo que no hacen. Se acercan con indiferencia al perfume mujeril, pero aparentando como que se alejan, demostrando sólo lo justo para no dar el pego del desespero y así conseguir meter algo más que la punta de la vida en el agujero del colador. En definitiva, se trata de filtrar un instante de gloria para que, con ella enterrada, relajar la ansia que antes mencioné.

Pero las valquirias bailarinas se desgañitaron para cambiar ese mundo aletargado, para hacer bailar con ellas un mar Caribe amodorrado, y a pesar de salpicar las paredes cubanas con sus melenas desatadas, no fue posible. Así que la esquina del tugurio de Cuba me mosqueó al sentir su realidad, y además me zarandeó como le vino en gana entre la sordera y mi quimera. En medio del gentío busqué a Prometeo, un tipo que lleva un fuego en lo alto y desde el que levanta otras pasiones, para que con él incendiara la cantonada entera. No pasó, sólo hubo una humareda y los ritos de las risotadas.

El protocolo del ligoteo mantuvo su estatus en todo momento, no se alcanzó la cúspide de una ráfaga suave porque no se pasó de la cintura. Ensimismados en mirar tacones con sus columnas más sus capiteles exhuberantes, se perdió el sonido leve de la flauta de la ternura. La voz se esfumó entre la apariencia y el ridículo de la indiferencia anexada al hambre del pasteleo. Entonces apareció el eco en el valle de la realidad abrumadora, esa resonancia que recuerda que empieza la larga travesía de la semana.

Y Cuba, regresó de nuevo a servir la finura del café de la mañana en su respetable esquina.

lunes, 28 de noviembre de 2011

NO SOY POETA

No soy poeta. Sólo chorreo sudor desde algún punto de la lucidez, emanando una incandescencia que chisporrotea a los cuatro vientos. Sólo tengo para ello un dios salvaje en mi cueva de las montañas que he escarbado con las uñas, la cual no tiene fin ni dispone de colofón para terminarla.

No lo soy, porque no llevo a cuestas los versos que sí saben serlo, ni tengo los reglones que enlazan las hermosuras o las desgracias con palabras distintas, embadurnadas de ayeres, de amores que no llegaron a serlo, o de los humos espesos que, con lirismo y delirio, terminan asfixiando a la misma muerte.

No soy poeta. Mis sensaciones están en una probeta que es removida como un cóctel de alternativas. Mis palabras son casi libres porque aún hay varias encadenadas a la ortografía, pero el resto están enlazadas al enredo que componen los sonidos y las melodías de la inspiración de lo más óptimo.

No lo soy porque me río de mi mismo a carcajadas. Me importa un rábano lo que es perfecto o requiere de la belleza expuesta en la enciclopedia, la perfección descrita a pares como mitades simétricas. Busco al soldado raso de una frase, lo asimétrico de los ojos y un diente que se vea más separado del otro.

No soy poeta ni coordino, y encima doy palos de ciego de lado a lado como un misil tierra-aire que se mueve a bandazos. Me meto en atolladeros y me empantano en un barrizal por cuatro letras, doy la cara hasta por ellas. Soy un tipo camuflado que caza pedazos de suspiros derribándolos a pedradas, y contra el viento.

No lo soy, más bien me describo como un caimán, por eso siempre termino en Barranquilla, a pocos kilómetros del río Magdalena. Llego sin billete y sin tener la reserva para la vuelta, así que me quedo reservado dentro de una culata de fogueo desde donde disparo a las nubes haciendo que salten rachas de colorines, de confetis y serpentinas.

No soy poeta ni con todo lo que vuela a mi alrededor. Con esa cascada de lucidez, me dispongo a finalizar eso de que no lo soy marcando ahora el punto del final; además, sin rematarlo con un precioso colofón.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

EL TROVADOR




Soy trovador desde la vieja Occitania. Salté a la palestra para recitar lo último de cada fiesta por las plazoletas de los pueblos, para estar presente en los postres del medievo y cambiar tristezas por alegrías. Transité empedrados caminos desde donde metí el dedo en la llaga y hurgar en las heridas que dejaba el paso de la Edad Media.

Mi lengua, el Provenzal, creaba ocurrencias y enhebraba las cantinelas con ilusiones. Para entonces, Obélix y Astérix de la Galia, rezumaban desde hacía más de mil años; a ellos los recitábamos como los emblemas de una locura necesaria y de una productiva insensatez. Cantábamos, sin emplear los semitonos, la gracia por vivir en unos tiempos de desgracia, convirtiendo los improperios en leyendas, los injusticias en fortalezas y las pérdidas en hallazgos.

Fuimos como una televisión que emitía programas para la máxima audiencia. Hicimos de unidades móviles que, sin cables, entretenía a la muchedumbre sacándoles unas sonrisas entre sus profundas arrugas. Y las plebes, a cada ocurrencia la aplaudían, fuera por un simple verso, una ingeniosidad con voz picarona, o con cada capricho de las lindezas del trovar. En cada representación surfeamos en las crestas de sus lágrimas empleando el empuje de las olas de la añoranza.

En una ocasión, con complicidad besé a la Princesa Sigrid de Thule, a la que le recité su inminente encuentro con su amado, con el Capitán Trueno. Que con él sería la novia del siglo, la primera princesa que iría a lomos de un trueno repartiendo leña a diestro y siniestro, provocando tormentas entre las viñetas de cada historieta. Desde tales batallas y suspiros soñadores, inventamos el amor platónico cantando a la belleza anhelada, al incombustible oculto del mismo querer, a los ojos que se desviven por unos suspiros tantas veces imposibles de amor.

Con poesía trovadoresca desciframos cada corazón enamorado sin ramos de flores y sin emplear perfumes de Channel. Con troba prosaica, rica y hermética, amamos cada instante por donde pasamos hinchando ilusiones y regocijándonos con los amores. Por ellos hicimos mucho ruido y repartimos incluso mucho más que nueces. Derrochamos verborrea haciendo que apareciera una mentalidad más parecida al oro en cada una de las funciones y, entre dimes y diretes, intentamos que se soñara con la desconocida riqueza.

Cada gala era un ensayo para apartar la penuria, representando otra realidad en la que no estuviera ni la resignación ni el desencanto. Y eran recitados en cada trova los códigos que hacían posible estremecer la vida, empleando cuchicheos en la prosa y centelleos en los versos.

Fuimos, lo confieso también y con agrado, los bocazas del sarcasmo cuando revelamos los entresijos de los feudos, cuando con canciones de poeta mentamos como juglares cada preñada barbaridad del poder, cada arrogancia de los castillos que tantas veces eran regidos por la Estirpe de los Imbecilatos.

Trovamos y pasamos como una leyenda del medievo haciendo que brotara la locuaz tarea desde la contemplación, e incluso movimos los hilos más ocultos de la intriga al dejar desnudo a más de un rey; por ello, poniendo pies en polvorosa, nos libramos de alguna quema escondiéndonos en mullidos pajares, desde donde anotamos algunos males por venir y lo innoble aún por llegar. Porque escuchamos un poco por aquí y un poco por allá, sobre lo bajuno que cocían a fuego lento y en “chub-chup” los del "Clan Specularis", y hasta supimos que removían una olla de usura con un cucharón hecho de aguijón de alacrán, y que mercadeaban sin reparos con la fruta podrida.

Finalmente, corrimos campo a través perdiendo el laúd y la voz hasta que fuimos reemplazados. Dejamos de trovar, de cantar y murmurar, y nos apuntamos con sigilo a escribir desde las buhardillas de las ciudades, viendo como transcurrían los siglos encorvados ante las vigas del desván, pero siempre mirando por alguna ventana desde donde divisar un lugar, una calle, una plaza, un pedestal que llevara esculpido un recuerdo: aquí estuvo un trovador.

Y lo soy desde Occitania; desde entonces, el hito de pregonar cada hazaña y marcar cada baliza, me entretiene en los malabarismos de este teatro que sabe a leche y miel, de ese coliseo que se adorna con mil flores para su función, y desde el cual aún, sigilosamente, se recitan los mil caminos del trovar más ingenioso.

domingo, 6 de noviembre de 2011

MI TALISMÁN

Enterré el talismán cuando era niño y sigue ahí, debajo de unos palmos de tierra de bosque. Está a los pies de una colosal encina, una de esas altas y gruesas fagáceas señoriales que dan el fruto de la bellota, de las dulces y sabrosas. Iba a ver al frondoso árbol por las tardes y comía las bellotas que caían de sus ramas. Las masticaba con gusto partiéndolas con los dientes.

Fue en esa época cuando decidí que la encina sería el guardían perfecto de un secreto que transformé a tesoro. Que enterraría a sus pies el talismán de mi futuro dentro de una caja de hojalata, y que, en complicidad con el árbol, nos mantendría siempre enlazados. Me encargué de dar forma a la misión con convicción y propuse a todo el arbusto su dedicación. Desde que lo decreté, desde el primer instante que lo ideé, no dudé de su tronco ni de ninguno de sus ramales de hojas.

En la caja de hojalata metí tres cosas: un papel con una frase relativa a la escritura, un objeto relacionado con escribir y un color ligado a un sobrenombre. Recuerdo que introducir el color tuvo más dificultad, porque no sabía aún el tono ni lo apropiado que debía ser; sin embargo me arriesgué y acerté: fue el correcto. Seguidamente, excavé un agujero lo suficientemente profundo como para una semilla que tuviera que echar raíces.

Ahora lo cuento como si fuera para un pregón, ya que el tiempo ha sido el acertado aliado de mi convicción, ha sido el más aunado y fiel de aquella persuasión. Aquel compromiso entre el árbol y yo ha perdurado en todos los argumentos que nacieron a partir de enterrar el secreto. La paciencia de la encina para conectar mi talismán desde la caja de hojalata y hacia mis alejados confines por donde he estado, fuera a caballo, con una sota o con algún rey, me han dado el matiz de la tranquilidad; he visto cuánto saber hay en cualquier sensación, y que es posible mantenerla siempre viva y a un paso de perpetuarla hasta la inmortalidad.

La encina siempre me ha conectado con el talismán para que pudiera vivir peligrosamente en el borde de cada instante. Cuando se ha desmoronado todo a mi alrededor, cuando las puertas se han cerrado con pestillo más una cadena, me ha cubierto la situación con una próspera mentalidad. Incluso ha levantado barricadas para retener la confusión, me ha sacado de la cama y me ha dado el relevo empleando cualquier antorcha. Sinceramente, se comprometió en todo el recorrido a mantenerse en el pedestal del compromiso. La frondosidad de la fagácea no ha fallado.

Hoy puedo afirmar, que gracias a todo ello mi talismán me ha mantenido en la racha y a flote, pues con cualquier rama del árbol se han construido puentes sobre las aguas turbulentas, permitiéndome pasar al otro lado de cualquier parte. Ahora, con otro papel lo explico, con el objeto lo anoto y con el color lo expreso.

Y el talismán todavía sigue allí, en la caja de hojalata, y a los pies de la encina de mi niñez...

miércoles, 2 de noviembre de 2011

LA POESÍA

La poesía pasa por encima de toda jerarquía y, como sea, se desliza por los pequeños detalles superando incluso lo conocido, y a todo lo demás lo deja en puntos suspensivos. Es como una luz en el otoño, distinta, única, que alumbra una tragedia y supura una victoria.

Se inmola en cada verso y se hace añicos en cada frase, y así y todo, sigue atareada ante el desespero del sosiego. Se parece a una afilada hoja de afeitar porque rasura los bordes del silencio, los afeita sin espuma e irrita la ignorancia. Además, sin hablar del aire, provoca ventoleras y remolinos.

Construye edificios con ladrillos de cristal y los forjados los enlaza con bambú, salpìca todas las paredes alisadas y las grafitea confabulándose con quien sea. Cada ventana es un plus emocional al exterior que deja abierta de par en par, sin cerrarla ni sellarla con el pestillo de la seguridad.

Lleva en su casa el sombrero de Whitman, y debajo de su ala besa sin rubor al que pasa por enfrente. Busca lo genuino del contacto carcajeándose del pito del sereno, pues decide escuchar el vuelo de una mosca antes que el canto de un cisne. No espera dádivas ni colorines, sino que termina siempre encabritándose con lo imposible.

Sus letras caminan a la paticoja burlándose de lo mediocre. Hace de cada capa un sayo y a todo gato le cuelga un cascabel. Así es como colapsa lo inmortal y da un rapapolvo a lo normal. Después, maniobra sin timón sembrando con adoquines los tonos de las calles, y a contracorriente, reviste el mundo con telas vaporosas que finalmente son de la textura de la seda.

Todo eso, y mucho más, transcurre cada día entre sonetos o cuartetos, entre lo vespertino y las maitines, porque la poesía es la épica más esmerada del desparpajo, es el envoltorio que mantiene en ascuas al comprimido de la sensación de todo poeta.

martes, 1 de noviembre de 2011

A WILLIAM SHAKESPEARE

Querido Wili:

Me gustas. Escribiré en el borde de tú mesa, sin molestarte, y recogeré las haches que deseches. Estaré pendiente de tus puntos y los que no emplees los convertiré en suspensivos. Dormiré cómodamente sobre ellos, sin pijama, sin soñar, sin estar... Día y días a tu lado respiraré tus ideas viéndote agarrado a esa pluma que chorrea.

Y en agradecimiento a tu compañía, al irme, y como soy de un siglo muy ocurrente, te dejaré una fotografía de Julieta. Es que la conozco bien, porque yo, Wili, hago en ocasiones de Romeo, así que te dejaré una toma encuadrada e inspirada de ella. La del momento en que pasaba por tu fantasía, cuando removió tus letras e inventaste el amor con el glamour de un rapto arrebatado.

Aquí está, la hice empleando muchos píxeles para que la puedas ampliar al tamaño que desees. Obsérvala.

Mira como se ve la mirada de Julieta desde el otro extremo de la mesa. Está reconociéndose como la deseada, porque durante siglos será leida como la más amada.

Hasta siempre genio y amigo.

NUBI WHITE (La perra Golden Retriever)

Nubi White es la mascota de la casa. Tiene diez años y hasta la fecha nadie la ha llamado por teléfono, pero no está triste. Tampoco está molesta porque no se celebren sus cumpleaños, aunque sabe su edad. Su andar lo delata y su trote marca el tiempo en el reloj de arena que lleva alrededor de su alma.

Nubi White siempre está al lado de las emociones, siente cómo ese poder lo expresa en corto y lo alarga de forma indefinida. Sus sensaciones son velas hinchadas que se llenan de apegos de su mundo más inmediato. Para ella soy su estrella y también su sol. Me ha dado el valor del universo y el brillo de una super nova, incluso hasta cuando duerme. Cada mirada suya me confirma lo que digo.

Nubi White tiene casa propia en la que también vivo. Definitivamente, así lo siento ya que quiero vivir con ella. Deseo ser la mascota de mi mascota para entenderla y comprenderla mejor, y para sentir de este modo sus límites. Esos topes que se imponen por andar a cuatro patas, por husmear persiguiendo anhelos.

Nubi White es consciente del paso de cada día, como lo es de cada sonido que flota a su alrededor. Dejándose guiar por su instinto, por sus olores, por sus sabores, sabe donde está, hacia dónde va con cada sensación. Tiene un mecanismo cronometrado con su evolución y una cuenta atrás con su involución. Cada matinal empieza su función con tonos de devoción, hasta que su propio satélite la orienta en el rastreo como si estuviera detrás de una hélice.

Nubi White nació para perseguir patos y zambullirse en charcos, y aunque su raza apareció en la isla Británica es una hermana de los esclavos de África. A pesar de que es dorada lleva consigo el estigma de negra. No tiene alma ni es digna de nada. No tiene derechos ni jamás ha podido subir a un autobús porque molesta, y fastidia; además ensucia y lo tiene prohibido. Parece un bandido y es prudente alejarse de ella, ni siquiera darle una caricia por si muerde.

Nubi White es una desconocida así que tampoco sube al tren, simplemente lo ve pasar por los raíles y asimila sus pitidos con un leve movimiento de orejas. En un avión se convierte en un bulto, su sitio es en la bodega y en una jaula, porque es lo prudente y hasta lo más rentable.

Nubi White y todos los de su especie, muchas veces ni los vemos aunque estén a nuestro lado, mientras que ellos jamás dejan de percibirnos. Sin embargo, a cambio, ellos nos adoran sin condiciones. Y cuando todo va mal y no queda nadie, cuando los amigos ya no lo son ni se tiene ninguna solución, continuan acompañando lo que sigue a continuación.

Nubi White nunca se ha ido y en todo ese tiempo jamás ha articulado palabra, pero de cabo a rabo todo lo deja claro. Tiene ojos que parecen unas bolas de canica y en ellos se vislumbra que es feliz. Hasta comprende muchas cosas, tal como ahora, que entiende que esta misiva habla de ella.

Y el balanceo de su cola no remite, porque también sabe que es la que se llama Nubi White.

CONTIGO

Me temo que me he enamorado, y no es lo de siempre. No tiene que ver con ideas ni con pensamientos suaves. Ni siquiera es cuestión de miradas encendidas o silencios que hablan.

Pero ha sucedido, porque he aterrizado en el trayecto por donde viajas, en tus enclaves, en tus pasos. Me siento en la envoltura de tú espacio y hasta siento tú fondo.

Así que me temo que me he enamorado. Lo Confirmo.

Ahora, sólo quiero respirar en tú aire. Eso es todo, y me basta.

FELANITX (Isla de Mallorca)

Felanitx, como todo lugar importante, no existe. Cuando a su topografía le da el sol se diluye en el paisaje y aparece borrado de su lugar. Desde esa nada se empeña a seguir de pie como figura de un mausoleo desteñido, y a contra viento y marea emergen sobrevivientes que gritan tierra desde lo alto de su campanario.

Felanitx, reparte pedazos de la historia menos estéril de cuantas haya habido, entre ímpetus y locuras de soñadores. Un islote, lleva su emblema de bautismo a la desesperada por el santo alivio de haberse salvado en algún lugar inesperado, donde de bruces, se halló tierra para pisar.

Felanitx, tiene una leyenda que baila en espiral y está detenida en su pasado cotidiano; lleva contadas sus horas en el reloj de pared, está grabada en hojas de libros que planean como encolarse todas en el lomo de un caballo y galopar lejos para empezar otra ruta inexplorada.

Felanitx, en el día de hoy, tiene un grifo abierto que inunda de agua los pechos de mujer. La proporción de su belleza dibuja miradas encendidas entre los pliegues de la piel, deslizándose regueros de rocío que navegan sin carabelas por los hemisferios del sur.

Felanitx, de nuevo cruza el mar y un palomo marca la senda en el resbaladizo terreno de los hechos. Va en busca del otro lado de alguna parte, para nuevamente darse de bruces ante la inexplorable realidad: todo es un descubrimiento en el insondable mapa de los que desean encontrarse a sí mismos.

Felanitx, pinta cuadros sin pinceles rememorando así las gestas más sencillas; reescribe la historia con la punta de proa, con gestos anclados en palabras, con historias del café de barra libre, o con anécdotas de cada sentimiento a punto de llegar a su puerto.

Felanitx, como todo lugar importante, no existe; sin embargo, a pesar de estar olvidado hasta de los dioses del ayer, continúa teniendo genios que siguen caminando por sus calles

A Gabriel Mestre Oliver. (Felanitx, 14, Oct, 2011)

sábado, 29 de octubre de 2011

BUSCANDO TUS LATIDOS


Querida tú:

Quiero serte sincero ahora que empezo a montar este cartel de reclamo: estoy desarmado y sin saber que hacer. Me quedé sin tí en el mismo instante que te descubrí, ya que en un segundo desapareciste sin haber dejado el tiempo suficiente a que finalizara el primer minuto juntos.

Y te confieso, que en ese brevísimo tiempo, sentí que eras mi punto más claro de la madrugada, te sentí haciendo bucles y danzas en mis pausados ritmos hasta que lo alteraste todo a la vez. Pasaron tantas cosas en mí y en tan breves instantes, que sé, sin ninguna duda, que eres la media parte de mi otra parte, eres el pedazo que devoraría sin masticar, aunque me atragantara con ello.

Pero esta carta quiero que ahora sea sosegada, y además, que sea para pegarla en la primera pared que encuentre o en la mitad de cualquier columna, a la altura que pueda. Incluso, la hago pensando en meter mil copias en botellas de cristal, para que de este modo la leas en alta mar al cruzarte con alguna entre las olas. Que la destapes y veas que letra a letra está hecha pensado en cómo reconstruir los instantes en que te sentí, en cómo hacerte aparecer por todos los pasos de mi vida, y que te des cuenta, que aquel casi minuto deseo se alargue a una hora, y que la hora se convierta en un día, y ese día, que sea el del primer mes de todos los meses siguientes.

En ese instante, en el que tales sensaciones describo en el papel, mis ritmos de la emoción están como la música y a máxima sonoridad. Y escribir su sonido con letras para que las leas y me localices me desborda, me saca de todos los senderos.

Qué tan poco tiempo a tú lado, y ahora, con solo asomarme por este escrito me inspiras la infinidad. Incluso sé, que si estuviera treinta años contigo escribiría toda la historia antigua de la humanidad, sin puntos ni comas y la repería de nuevo. Sinceramente, la redactaría hasta en griego o en arameo, y sin traductor.

Deseo que sepas sin más, que eres la fugacidad del instante que he alargado hasta aquí, que eres la brevedad de todos los instantes que se volatizan y a los que ahora quiero materializar.

Por ello, deseada tú, para mí ya eres una sabrosa fresa, un fresón, y que te buscaré en el mapamundi de cada planta, por cada uno de sus tallos y en sus hojas hasta encontrarte; viajaré donde sea, a cualquier ciudad que sienta que puedas estar y en ella colgaré este papel escrito por una sola cara. Viajaré de día y trabajaré de noche, o al revés. Incluso si fuera preciso, bucearé en los bordes de cada abismo, de cada arrecife, hasta que las burbujas de oxígeno me den pistas y señales de tí, y sin aire regresaré a la superficie. Lo haré, tenlo por seguro, porque lo siento en más del ciento cincuenta por ciento de los poros de mi piel. Está completamente decidido y no descansaré hasta encontrarte.

¡Léeme!... y te arrollo con leyendas que danzan sin orquestas ni violines.

¡Encuéntrame!... y te rasgaré un acorde afinado sin que haya una sola guitarra.

Es que no la necesito. Ni siquiera preciso el último cd, ni un ipod, ni un vinilo de los setenta. Con el instante, con tres notas del momento que sea me bastará para que suene todo lo dicho aquí.

Si me localizas y me das el minuto eterno, te enseñaré el perpetuo tic-tac del músculo del corazón que no se detiene, verás su compás con todas las pulsaciones y sus arritmias, verás el monitor con sus picos y sin pausas.

Ya me despido, pero sólo hasta que te cruces conmigo, sólo hasta que me cruce contigo. Te esperaré en la intersección. Sí, la que está en medio de todas partes y que se ve desde todos los ángulos.

Te doy mi beso. El tuyo, ya lo llevo colgado de un hilo en mi cuello.

(Firmado) Tú latido.

P.D.: Lo que resuena a tí, te espera aquí.



 

miércoles, 26 de octubre de 2011

JUAN NORMAL

Juan Montañez es normal, sólo que no lo parece porque inventa formas con lo inverosímil elevándolo a teoremas de consciencialización. Las configura en un pedestal y allí arriba las transforma en emblemas, en símbolos que van más allá de lo material.

Juan normal pasa por encima de casi todo sin decir palabra, sin molestar. Vierte en el silencio sus ideas en formas de estructuras retorcidas en siluetas, y sin copiar ni siquiera el perfil de su boceto, recrea una sensación, una máxima. Algo que va más allá de una moraleja pues escala sus perfiles a las montañas del proverbio.

Juan normal, se saca un conejo de la chistera y crea un hamster desde unos tornillos y lo llama hombre. Así que, pegando soldaduras y roscas, cabrea a los que miran donde no hay nada, que es, precisamente, donde radica la fuente desde la que todo brota.

Juan normal, después, apunta con un filo hacia el cielo en forma de espada curvada, y a los remaches que la sostienen le pone el lema de juez, de aquel que decide sobre todos los demás. Debido a tanta arrogancia que conlleva la interpretación, con mucha decisión, le da un solemne bofetón. Eleva una idea al cielo y a continuación la hunde en la realidad sin inmutarse.

Juan normal es magia con imaginación, una fórmula inquietante y precisa. Formatea los metales y los pule del óxido que propaga sus erosiones, lustrando átomos y restaurando escarchas; después, los martillea en un yunque porque no acepta que sean chatarra, escombrera de vertedero. En un santiamén pasa del desecho al rehecho, ya que es un metabolizador del material plomizo y los engrandece desde los desperdicios del consumo. Es un alquimista que reinicia con genialidad todo lo que ya se supone no sirve.

Juan normal es el Alma metálica de la propia filosofía alquimista, es un poeta de latón moldeado a la forma perfecta, a la expresiva, aquella que una vez lograda es finalmente blanqueada. Ahí en donde esculpe el contenido de su mensaje haciendo un icono imperecedero, un legado al mismo centro de la mente, porque lleva el azufre en sus manos, llamas que le chisporrotean como los fuegos sagrados, sin pizca de humo ni arsénicos.

Juan normal presenta la Gran Obra desde un cáliz de sabiduría, vertiendo su contenido de combustión para que arranque otro despertar; con él, se toma consciencia del instante vital, de que en lo más desechable siempre aparece lo más entrañable: el arte del poder de transformar, el máximo secreto de la misma transmutación.

Juan normal, dicho todo esto, es, además, un verso libre como artista, y como amigo, un renglón perfectamente construido.

(A Juan Montañez, escultor y fotógrafo)

domingo, 23 de octubre de 2011

APARECIÓ EL OTOÑO

Mi oftalmólogo me ha mostrado mi octubre atado al calendario del otoño; me ha abierto los ventanales del balcón de par en par descorriendo el visillo del cristalino, enseñándome de nuevo los verdores de la isla, las hojas amarilleadas y las nubes más blancas que el mismo blanco.

Una catarata me atravesaba la mirada y una bruma se extendía por las calles. Y él, un Einstein de la retina, de la antesala del humor vítreo, con aspiradores y sutilidades, con microscopios y colirios, despejó el foco; el zoom de la nitidez lo engrasó y con ello la profundidad de campo se recuperó, porque el diafragma dio paso de nuevo a cada punto de enfrente.

He vuelto al cine ya que se hizo la luz, como en los viejos tiempos, como en los libros sagrados donde se pone esa solemne frase. Y ahora, también con solemnidad la anoto, la escribo con agrado. Lo hago con la reverencia de la gratitud por volver a enfocar la cuadratura del mismo círculo, por correr otra vez por el tablero del ajedrez, el de los blancos sobre lo negros. Por discernir tantas cosas, y hasta por convivir con los grises, aquellos que nos llevan al invierno y nos mantienen a la espera, debajo de un paraguas, esperando los brotes que colorearán la primavera.

Así que continuo mi camino escribiendo para las hadas que aparecen en mis odiseas, y lo hago nuevamente con todos los colores del arco iris.

Mi gratitud a aquellos que con la artesanía de sus manos encienden los focos hacia la bóveda del color y la luz.

sábado, 22 de octubre de 2011

DESDE EL ANDÉN

Acabo de llegar de la estación del tren pero no he subido a ninguno; me he quedado en un andén comprobando unos raíles que no se ajustaban a las vías que van en paralelo y en el mismo sentido.

He observado las lagunas entre dos vías que en definitiva eran dos personas, he visto lo que separa el camino paralelo de un chico y una chica. Los dos jóvenes casi hablaban y yo pasé por ahí, igual que todo lo demás que iba pasando. Y no se enteraron de mí ni de nadie, aunque finalmente me vieron; hasta que eso sucedió, su distancia no les permitió verme ni siquiera adivinar su propio trayecto.

Ella fue la lanzada, la artífice del acercamiento al chico, la que se aproximó al paralelo de las vías de sí mismos. Se atrevió desde su timidez a jugar a los encuentros, a los amigos que parece que se gustan. Pero perdió, sucumbió, obtuvo una colosal derrota.

Y él fue el impresentable, porque no se enteró del esfuerzo de ella, no la vio derrotada ni quiso molestarse en descubrir su vía, la que trascurre al lado, una paralela a la suya. La ignorancia bailó sola sobre esa hilera de los carriles del sentimiento, la ineptitud hondeó como una bandera descolorada. Ese encuentro de un cruce de estación fue la guinda de la distancia, el desencuentro del encuentro.

Mi historia comienza con ella cuando se detuvo a saludarlo, a presentar a boca jarro su gusto por verle, a demostrarle su propio agrado. Al detenerse ante él, cantaba un me gustas y qué bien me caes. Pero él ni se inmutó, estaba sentado con sus piernas cruzadas mirando al techo, distrayendo la mirada en la nada para no someterse a la intersección, a sentir algo que no deseaba ni notar.

Atrevida y con arrebato, ella le dijo que ya sabía que se iban a ver. Le habló con una aura de pitonisa, pues, dijo, que intuía que se verían. Por eso ella movió ficha y le dio su carta de presentación: se acercó a saludarlo. Pero él ni se inmutó, se apalancó en la indiferencia, en la soberbia de sí mismo, en el argumento del cretino, en un qué me importa a mí semejante tontería. Mientra ella, de pie, luchó como una valquiria, una guerrera a pecho descubierto, sonriéndole y buscando caminos más a su gusto, facilitándole palabras y argumentos para poder continuar una fría charla de estación, de andén con trajín en sus horas en punto.

Mientras, el interior de la amazona hacía su agosto, se agolpaban los calores hasta que le rebosaron por la cara convertidos en tonos escarlata. Y él, de supremo idiota ante su presencia no tenía rango, ni matiz, ni tono. No decidía. Sólo deslizaba algunas palabras que hasta para mí, que soy el cronista del andén, vagamente apenas podía entender.

Ese chico mudo, el indiferente en casi todo, llevaba un arete en la oreja, el pelo rasurado en el cogote y las sienes, mientras, que en la parte superior apuntaban pelos en dirección al cielo. Tenía teñidas de oro las puntas que señalan a las nubes, antenas que, definitivamente, no le mandaron señales ni le comunicaron que delante tenía a una persona que se deshacía por caerle bien. Iba vestido de las estaciones, no de las que se detienen los trenes, sino la de las modas. Un conjunto informal con la que daba la apariencia de la indiferencia formal.

Ella, la parlanchina guerrera, iba con ropa holgada, con la que tapaba algo más que unos kilos extra. Disfrazaba su inseguridad, su propio desagrado, sus deseos imposibles de realizar; en definitiva escondía su disgusto, que lo transmutaba hacia afuera como una foto bien risueña. En un pliegue de su blusa ancha observé un temblor, vi su propia laguna y su soledad del paralelo deseado. Le escuché nítidamente preguntarse por qué siempre le pasaba lo mismo, por qué una y otra vez sus encuentros eran tan ridículos.

Entonces lloré por dentro cuando escuché ese desengaño, me entristeció verla detenida en el andén, sin tren, sin billete, sin conversación. Me jodió que sus artes de pitonisa no fueran más que humos de bengala, fatuas llamaradas de petate que nada encendían.

No me aguanté, así que me armé de valor. Le toqué el hombro y al girarse y mirarme le propuse que saliera corriendo, que su tren estaba en otro andén, en otra terminal. Que en cualquier instante iba a salir y que, además, tenía billete en primera clase en uno que no circulaba por vías estrechas. Que aunque le costara creérselo tenía asiento en un convoy que circula por la vía ancha.

Sin cortarme y con desparpajo, le sugerí que como estaba en la estación tomara en serio el detalle, que se dejara de buscar y empezara a encontrar. Asombrada me miró y entendió, es que sí era una adivina. De repente salió corriendo sin mirar atrás, unas escaleras mecánicas la alejaron del vacío y le llevaron a quién sabe dónde. Estoy seguro que como todo trazado de tren circulará en paralelo al que le acompañe.

Cuando ella se esfumó, el chico me miró con aire de que eso no va conmigo, de que nada me importa. Entonces fue cuando le rocé su enjambre apuntalado de la cabeza y le dije: deja de señalar tanto al cielo con pelos enredados, míralo de una vez sin tanta vanidad para que veas por encima de tí mismo. Ahí están todos los fotogramas de lo que ignoras. No apuntes más a la Vía Láctea sin antes haber trazado tu propio carril. No te enteras de que pierdes el tiempo, y él puede que termine olvidándose de tí.

No subí al tren, no iba a alguna parte. Sólo compuse esta anécdota recién observada, mirando las vías por la que circula mi propio vagón. Cuando salí de la estación, me quité el sombrero y miré al cielo caminando en paralelo con él.

jueves, 20 de octubre de 2011

EL MARE NOSTRUM

Canto una nana al mar Mediterráneo, a ese mar que los Fenicios devoraron en diagonal explorando sus rincones y al que los griegos llamaron "el que está en medio de las tierras", a caballo entre continentes, que ronronea en acantilados silbando por las arenas y entre sus algas marinas. Al mar de aguas azules que reflejan faros que se avistan en las lejanías. Al tapiz oleoso que va de costa a costa y que por sus turbulencias del cielo vuelan bandadas de pájaros para alcanzar tierras mas cálidas; mientras, por las corrientes de un azul marinero, por la espuma de su piel, juguetean los delfines.

Esta nana la afino y la compongo para el canto y colofón de este mar que nos acompaña, que mantiene el ancla en el fondo de su memoria. Al recuerdo de su calado profundo y de una áncora que llenó su vientre de prosperidad, que fue amado como una madre en parto abriéndose desde las entrañas, sembrando embriones de ilusiones entre sus olas y que a través de ellas se expandieron de oriente al poniente.

Mi amor incondiconal empleando cada tono de la melodía a tantos que por él navegaron, buscando en cada travesía dónde llegar, dónde amarrar. Incluso, que también resuene la armonía con arpegios de virulencia cuando las travesías finalizaban en tormenta y devoraba, finalmente, cada temporal sus semillas. Se escuche un estribillo para todas las simientes que entregaron su vida al colorido del agua; un sonoro recuerdo al instante que entraban a su profundidad, tarareando con murmullo una canción de cuna a dúo con su alma. Simultáneamente, el maderamen de sus barcazas se posaba para siempre en el sigilo del abismo. Y el mar, como un requiem a esta ausencia, desplegaba sus velas y las elevaba sobre sus aguas para convertirlas en los cometas de la libertad.

Pero se silencie mi nana cuando su agonía la desafina, cuando se estrangula su belleza con desechos de inconsciencia abarrotada de espesor, con bolsas de plástico y restos de insensatez, por el deseo con desespero de devorar la calma de su horizonte. El canto se calla cuando pisotean su color los marinos de la modernidad, que escupen brea y lo que sea, montados en sus estilizadas embarcaciones de recreo; con ellas ya no siguen la ruta de una estrella de orientación o el surco septentrional que, de Cerdeña a las "Illes Balears", los dirige hacia las Columnas de Hércules. Con la tintura en sus gafas de sol, flotan en su oleaje olvidando aquellos siglos de pasión.

Ahora ya es de noche. Hoy, en el Mare Nostrum, y con sus milenios transcurridos, la nana nos adormiló entre sus olas para soñar. Pero en ese mar que aún mantiene en el día una luz inspiradora y en la noche un perfume de sal, de entre sus arrecifes de corales y peces multicolores, todavía se escuchan susurros de los cantos de sirena.

Que esa musicalidad sea entonada tal como resuena, para que permanezcamos fondeados en su color y empujados por su brisa, que es un viento que se levanta desde su amor de mar.


A. B., desde el acantilado de una isla.

miércoles, 19 de octubre de 2011

LA LEYENDA DEL ALMA

Tengo mi sentir engrasado, sumergido en el aceite de la vida, en la sustancia en la que flota el Alma. Escribo embadurnado de su esencia, pero no soy un elegido para darla a conocer ni ser el convencido que se hace pasar por convincente. Estoy liberado de esta tarea. No estoy en ninguna tribu de "busca almas", de especialistas en temas misteriosos ni estoy en santas cofradías con certificados que lo rematan. Estoy, simplemente, lubricado de sensaciones y por ellas me deslizo desde una rampa. Un paso más y flotaré en ese óleo, en balsa y a sotavento
Deseo sentirme en su espacio y atarme con una cuerda a la sensación; seguidamente, descubrir el Alma y presentarla como la novia, como una semilla triturada para el alimento, como una espiga de trigo ya germinada y dorada. Describirla como un océano o como una sutil poesía recitada en una plaza y, vestida de rojo, impresionarme a mí mismo con su color.
Ahora que escasean los versos y todo se llena de quimeras, entro a la antesala de su enigma para cosechar con mi inspiración y amontonar su harina en otro costal. Llenar el talego con el talento desde otra lucidez, reunir otro polvillo blanco y esparcirlo como un mapa sobre la inquietud que libera cada instante
Así que busco en mi caja de los sacapuntas, de los lápices y otros menesteres, y ayudado de la punta del compás pincho en la corteza de la mente, rompiendo seguidamente la cremallera del silencio que todo lo sabe. Después, abro con un atinado bisturí una brecha hacia el destello que me importa: el fuego eterno que devora todos los tiempos, y que de siglo en siglo permanece en su torre de diamante
Escribir para nombrarla, localizarla detrás del cierre que la mantiene callada, me apasiona. Sólo necesito un rumor, un sonido o un grito en la megafonía para pintarla de ideas. Y deseo hacerlo con una letra en grande para que se vea desde lejos, nada de cristales opacos ni ventiscas de arena que empañan la visión. Deseo nitidez, claridad y sorprenderme a mí mismo. Quiero llegar a ella y atreverme con su mirada. Atraparla entre las roturas de la piel y entre las rendijas de la sensación
Así como lo cuento ya me desborda, e incluso me excita las neuronas; también, me deja en el caos debido a tanto atrevimiento. Hasta por donde punzo se escurre, se va por la zona abierta, por las roturas del sentimiento. Pero cuando balanceo la inquietud aparece y los versos en declive se recuperan. Entonces aparecen las frases que nunca se leyeron y todas llegan desde proa. Es increíble la cantidad de señuelos que lo indican
El Alma localizada se perfila en la textura, en cada réplica de todo porque compone la superficie completa. Se ve desde la observación en todo su coloreado paisaje, incluso a contraluz o a traspié. Cada grano de polvo señala los itinerarios que sigue. Sus movimientos, los indica con sensaciones y cada punto, lo marca como una iluminaria de navidad
Hay surcos en el mapa interior donde se divisa su travesía. Aparece casi siempre por la espalda y sorprende en las aguas turbias. Proviene de algún punto impreciso y se mueve sobre la espuma de cada día. Flota y hasta navega entre los ronquidos que se escuchan en la cubierta de nuestro navío
Atraviesa la cubierta liberando las cadenas oxidadas, las embadurna para borrarles su dureza y erosión. Las deja convertidas en cuerdas flexibles, incluso las alarga, como la vida, y remolca con ellas los pedazos de cada tragedia, por ir a contracorriente, por despistes, por ignorancia. Y siempre es sencilla y no se desborda en su pasión. Con intangible creatividad acompaña la libertad levantando barricadas ante el rostro de la pasividad.
Ella es de una emocionante inteligencia cuando acompaña una derrota o cuando observa una victoria. Tiene ojos de Mona Lisa y se enmarca como a una Gioconda en la pared del interior. Construye mundos mientras invierte en ideas, y coloca las alfombras sobre los puentes que unen los filamentos de la imaginación. Sube y baja en completo vértigo y le saca el brillo al ocaso. Es la última en salir y la primera en llegar. Es una flecha lanzada con un arco muy tenso y, después, la brecha profunda en el tronco arraigado de la otra manera de pensar.
El Alma es transgresora y está fuera de toda cursilería o de los arcaísmos de creencias de enredo, no acompaña las cantinelas de tufo tedioso. No se mezcla en las poltronas ni se suscribe a estrategias de altos pensamientos de supervivencia. No está en la gigantesca burbuja de la felicidad, con baremos para mejorar y gráficos para anotar. No da cucharadas de brebajes a los evolucionados que empalagan de mosaicos repetidos y sabores rancios. No es la mística de la contemplación ni la apreciación de la espiritualidad
Pero con el corazón en la mano lo diré: el Alma, a pesar de lo que anoto, de colgarme en su abismo, no es lo que escribo ni se parece a lo que declaro. Jamás se queda entre mis metáforas ni se asoma en la frase preciosa y ocurrente. Hasta ahora, sinceramente, no tiene que ver con nada de lo que he dicho de ella, ni siquiera se halla en la pasión que le pongo para describirla. Lo único que puede que acierte es que és una leyenda.
Mi intento apasionado de atraparla me da a entender, sin rubor lo digo, que construyo mi fábula del Alma para un capítulo en la que esté latiendo por sí sola, de siempre, dejándome tiempo libre y la libertad de jugar a conocerla. Lo hago nadando de espaldas, entre las aguas de su síntesis, y clavada en cada brazada a la punta de mi compás.
Ella siempre me espera y a mi no me desespera. Tiene su mirada posicionada en toda la superficie, mientras que yo, me acomodo en una vitrina y quedo expuesto en un museo; sin embargo, he tomado mis precauciones. En el pie del cristal de mi expositor tengo pegada una placa en la que hay escrita una frase. En letra gótica está anotado lo siguiente: "Estoy perdido, hazme, ahora mismo, una perdida. Gracias".

lunes, 17 de octubre de 2011

BIENVENIDO A MI ESPIRAL DEL BLOG

 
Es 17 de octubre de 2011 y estreno blog. Me hallo en el año de la retribución de mi localizador personal, estoy entrando a la modernidad por alguna rendija, por una abertura de una puerta invisible.

Es otoño y vivo en un pequeño pueblo donde la gente ve como pasa su día a día. No copio su modelo cotidiano, pero camino a su lado. Por ello soy feliz, lo dejo claro desde ahora. Se que tengo lagunas y momentos inciertos, sin embargo, mantengo el rumbo de mi pasión que es una energía que sigue una ruta perfecta.

En ese camino dejaré huellas grabadas como crónicas, episodios que se alumbran desde mí interior. Si es preciso los improvisaré con una escritura fina y marcaré la piel de las letras con un rotulador grueso. Haré surcos en la neurología de cada palabra para que se libere todo letargo.

Con la memoria, empalmaré anécdotas para ponerle el lema a cada cosa, y hasta haré que los tambores de guerra resuenen en la aldea perdida hasta hallar algún santuario, porque provengo de ideas medievales que sembré en alguna llanura de la mente. Hoy, todo ello florece sin aspavientos, con un poco de sol y un abecedario.

Soy trovador más que escritor, narrador más que novelista, juglar más que poeta. Soy un bardo recitador de hazañas, guerrero de una bandera que habla a sus colores, a su insignia.

Me muevo con la brisa, con otros enfoques. Me desgañitaré con metáforas y acertijos de estética contemporánea, agitando pasiones a lo grande, como si estuviera ante las puertas de París. Y nadaré entre dos aguas, seré amigo del alma y de todo contacto que persiga una ruta de alta mar.

Haré como si esto fuera una película, que mientras todo se derrumba por los efectos especiales, nosotros nos enamoramos delante de una vertiginosa cascada y, sentados en una hamaca, miramos al horizonte donde llegar.