lunes, 28 de noviembre de 2011

NO SOY POETA

No soy poeta. Sólo chorreo sudor desde algún punto de la lucidez, emanando una incandescencia que chisporrotea a los cuatro vientos. Sólo tengo para ello un dios salvaje en mi cueva de las montañas que he escarbado con las uñas, la cual no tiene fin ni dispone de colofón para terminarla.

No lo soy, porque no llevo a cuestas los versos que sí saben serlo, ni tengo los reglones que enlazan las hermosuras o las desgracias con palabras distintas, embadurnadas de ayeres, de amores que no llegaron a serlo, o de los humos espesos que, con lirismo y delirio, terminan asfixiando a la misma muerte.

No soy poeta. Mis sensaciones están en una probeta que es removida como un cóctel de alternativas. Mis palabras son casi libres porque aún hay varias encadenadas a la ortografía, pero el resto están enlazadas al enredo que componen los sonidos y las melodías de la inspiración de lo más óptimo.

No lo soy porque me río de mi mismo a carcajadas. Me importa un rábano lo que es perfecto o requiere de la belleza expuesta en la enciclopedia, la perfección descrita a pares como mitades simétricas. Busco al soldado raso de una frase, lo asimétrico de los ojos y un diente que se vea más separado del otro.

No soy poeta ni coordino, y encima doy palos de ciego de lado a lado como un misil tierra-aire que se mueve a bandazos. Me meto en atolladeros y me empantano en un barrizal por cuatro letras, doy la cara hasta por ellas. Soy un tipo camuflado que caza pedazos de suspiros derribándolos a pedradas, y contra el viento.

No lo soy, más bien me describo como un caimán, por eso siempre termino en Barranquilla, a pocos kilómetros del río Magdalena. Llego sin billete y sin tener la reserva para la vuelta, así que me quedo reservado dentro de una culata de fogueo desde donde disparo a las nubes haciendo que salten rachas de colorines, de confetis y serpentinas.

No soy poeta ni con todo lo que vuela a mi alrededor. Con esa cascada de lucidez, me dispongo a finalizar eso de que no lo soy marcando ahora el punto del final; además, sin rematarlo con un precioso colofón.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

EL TROVADOR




Soy trovador desde la vieja Occitania. Salté a la palestra para recitar lo último de cada fiesta por las plazoletas de los pueblos, para estar presente en los postres del medievo y cambiar tristezas por alegrías. Transité empedrados caminos desde donde metí el dedo en la llaga y hurgar en las heridas que dejaba el paso de la Edad Media.

Mi lengua, el Provenzal, creaba ocurrencias y enhebraba las cantinelas con ilusiones. Para entonces, Obélix y Astérix de la Galia, rezumaban desde hacía más de mil años; a ellos los recitábamos como los emblemas de una locura necesaria y de una productiva insensatez. Cantábamos, sin emplear los semitonos, la gracia por vivir en unos tiempos de desgracia, convirtiendo los improperios en leyendas, los injusticias en fortalezas y las pérdidas en hallazgos.

Fuimos como una televisión que emitía programas para la máxima audiencia. Hicimos de unidades móviles que, sin cables, entretenía a la muchedumbre sacándoles unas sonrisas entre sus profundas arrugas. Y las plebes, a cada ocurrencia la aplaudían, fuera por un simple verso, una ingeniosidad con voz picarona, o con cada capricho de las lindezas del trovar. En cada representación surfeamos en las crestas de sus lágrimas empleando el empuje de las olas de la añoranza.

En una ocasión, con complicidad besé a la Princesa Sigrid de Thule, a la que le recité su inminente encuentro con su amado, con el Capitán Trueno. Que con él sería la novia del siglo, la primera princesa que iría a lomos de un trueno repartiendo leña a diestro y siniestro, provocando tormentas entre las viñetas de cada historieta. Desde tales batallas y suspiros soñadores, inventamos el amor platónico cantando a la belleza anhelada, al incombustible oculto del mismo querer, a los ojos que se desviven por unos suspiros tantas veces imposibles de amor.

Con poesía trovadoresca desciframos cada corazón enamorado sin ramos de flores y sin emplear perfumes de Channel. Con troba prosaica, rica y hermética, amamos cada instante por donde pasamos hinchando ilusiones y regocijándonos con los amores. Por ellos hicimos mucho ruido y repartimos incluso mucho más que nueces. Derrochamos verborrea haciendo que apareciera una mentalidad más parecida al oro en cada una de las funciones y, entre dimes y diretes, intentamos que se soñara con la desconocida riqueza.

Cada gala era un ensayo para apartar la penuria, representando otra realidad en la que no estuviera ni la resignación ni el desencanto. Y eran recitados en cada trova los códigos que hacían posible estremecer la vida, empleando cuchicheos en la prosa y centelleos en los versos.

Fuimos, lo confieso también y con agrado, los bocazas del sarcasmo cuando revelamos los entresijos de los feudos, cuando con canciones de poeta mentamos como juglares cada preñada barbaridad del poder, cada arrogancia de los castillos que tantas veces eran regidos por la Estirpe de los Imbecilatos.

Trovamos y pasamos como una leyenda del medievo haciendo que brotara la locuaz tarea desde la contemplación, e incluso movimos los hilos más ocultos de la intriga al dejar desnudo a más de un rey; por ello, poniendo pies en polvorosa, nos libramos de alguna quema escondiéndonos en mullidos pajares, desde donde anotamos algunos males por venir y lo innoble aún por llegar. Porque escuchamos un poco por aquí y un poco por allá, sobre lo bajuno que cocían a fuego lento y en “chub-chup” los del "Clan Specularis", y hasta supimos que removían una olla de usura con un cucharón hecho de aguijón de alacrán, y que mercadeaban sin reparos con la fruta podrida.

Finalmente, corrimos campo a través perdiendo el laúd y la voz hasta que fuimos reemplazados. Dejamos de trovar, de cantar y murmurar, y nos apuntamos con sigilo a escribir desde las buhardillas de las ciudades, viendo como transcurrían los siglos encorvados ante las vigas del desván, pero siempre mirando por alguna ventana desde donde divisar un lugar, una calle, una plaza, un pedestal que llevara esculpido un recuerdo: aquí estuvo un trovador.

Y lo soy desde Occitania; desde entonces, el hito de pregonar cada hazaña y marcar cada baliza, me entretiene en los malabarismos de este teatro que sabe a leche y miel, de ese coliseo que se adorna con mil flores para su función, y desde el cual aún, sigilosamente, se recitan los mil caminos del trovar más ingenioso.

domingo, 6 de noviembre de 2011

MI TALISMÁN

Enterré el talismán cuando era niño y sigue ahí, debajo de unos palmos de tierra de bosque. Está a los pies de una colosal encina, una de esas altas y gruesas fagáceas señoriales que dan el fruto de la bellota, de las dulces y sabrosas. Iba a ver al frondoso árbol por las tardes y comía las bellotas que caían de sus ramas. Las masticaba con gusto partiéndolas con los dientes.

Fue en esa época cuando decidí que la encina sería el guardían perfecto de un secreto que transformé a tesoro. Que enterraría a sus pies el talismán de mi futuro dentro de una caja de hojalata, y que, en complicidad con el árbol, nos mantendría siempre enlazados. Me encargué de dar forma a la misión con convicción y propuse a todo el arbusto su dedicación. Desde que lo decreté, desde el primer instante que lo ideé, no dudé de su tronco ni de ninguno de sus ramales de hojas.

En la caja de hojalata metí tres cosas: un papel con una frase relativa a la escritura, un objeto relacionado con escribir y un color ligado a un sobrenombre. Recuerdo que introducir el color tuvo más dificultad, porque no sabía aún el tono ni lo apropiado que debía ser; sin embargo me arriesgué y acerté: fue el correcto. Seguidamente, excavé un agujero lo suficientemente profundo como para una semilla que tuviera que echar raíces.

Ahora lo cuento como si fuera para un pregón, ya que el tiempo ha sido el acertado aliado de mi convicción, ha sido el más aunado y fiel de aquella persuasión. Aquel compromiso entre el árbol y yo ha perdurado en todos los argumentos que nacieron a partir de enterrar el secreto. La paciencia de la encina para conectar mi talismán desde la caja de hojalata y hacia mis alejados confines por donde he estado, fuera a caballo, con una sota o con algún rey, me han dado el matiz de la tranquilidad; he visto cuánto saber hay en cualquier sensación, y que es posible mantenerla siempre viva y a un paso de perpetuarla hasta la inmortalidad.

La encina siempre me ha conectado con el talismán para que pudiera vivir peligrosamente en el borde de cada instante. Cuando se ha desmoronado todo a mi alrededor, cuando las puertas se han cerrado con pestillo más una cadena, me ha cubierto la situación con una próspera mentalidad. Incluso ha levantado barricadas para retener la confusión, me ha sacado de la cama y me ha dado el relevo empleando cualquier antorcha. Sinceramente, se comprometió en todo el recorrido a mantenerse en el pedestal del compromiso. La frondosidad de la fagácea no ha fallado.

Hoy puedo afirmar, que gracias a todo ello mi talismán me ha mantenido en la racha y a flote, pues con cualquier rama del árbol se han construido puentes sobre las aguas turbulentas, permitiéndome pasar al otro lado de cualquier parte. Ahora, con otro papel lo explico, con el objeto lo anoto y con el color lo expreso.

Y el talismán todavía sigue allí, en la caja de hojalata, y a los pies de la encina de mi niñez...

miércoles, 2 de noviembre de 2011

LA POESÍA

La poesía pasa por encima de toda jerarquía y, como sea, se desliza por los pequeños detalles superando incluso lo conocido, y a todo lo demás lo deja en puntos suspensivos. Es como una luz en el otoño, distinta, única, que alumbra una tragedia y supura una victoria.

Se inmola en cada verso y se hace añicos en cada frase, y así y todo, sigue atareada ante el desespero del sosiego. Se parece a una afilada hoja de afeitar porque rasura los bordes del silencio, los afeita sin espuma e irrita la ignorancia. Además, sin hablar del aire, provoca ventoleras y remolinos.

Construye edificios con ladrillos de cristal y los forjados los enlaza con bambú, salpìca todas las paredes alisadas y las grafitea confabulándose con quien sea. Cada ventana es un plus emocional al exterior que deja abierta de par en par, sin cerrarla ni sellarla con el pestillo de la seguridad.

Lleva en su casa el sombrero de Whitman, y debajo de su ala besa sin rubor al que pasa por enfrente. Busca lo genuino del contacto carcajeándose del pito del sereno, pues decide escuchar el vuelo de una mosca antes que el canto de un cisne. No espera dádivas ni colorines, sino que termina siempre encabritándose con lo imposible.

Sus letras caminan a la paticoja burlándose de lo mediocre. Hace de cada capa un sayo y a todo gato le cuelga un cascabel. Así es como colapsa lo inmortal y da un rapapolvo a lo normal. Después, maniobra sin timón sembrando con adoquines los tonos de las calles, y a contracorriente, reviste el mundo con telas vaporosas que finalmente son de la textura de la seda.

Todo eso, y mucho más, transcurre cada día entre sonetos o cuartetos, entre lo vespertino y las maitines, porque la poesía es la épica más esmerada del desparpajo, es el envoltorio que mantiene en ascuas al comprimido de la sensación de todo poeta.

martes, 1 de noviembre de 2011

A WILLIAM SHAKESPEARE

Querido Wili:

Me gustas. Escribiré en el borde de tú mesa, sin molestarte, y recogeré las haches que deseches. Estaré pendiente de tus puntos y los que no emplees los convertiré en suspensivos. Dormiré cómodamente sobre ellos, sin pijama, sin soñar, sin estar... Día y días a tu lado respiraré tus ideas viéndote agarrado a esa pluma que chorrea.

Y en agradecimiento a tu compañía, al irme, y como soy de un siglo muy ocurrente, te dejaré una fotografía de Julieta. Es que la conozco bien, porque yo, Wili, hago en ocasiones de Romeo, así que te dejaré una toma encuadrada e inspirada de ella. La del momento en que pasaba por tu fantasía, cuando removió tus letras e inventaste el amor con el glamour de un rapto arrebatado.

Aquí está, la hice empleando muchos píxeles para que la puedas ampliar al tamaño que desees. Obsérvala.

Mira como se ve la mirada de Julieta desde el otro extremo de la mesa. Está reconociéndose como la deseada, porque durante siglos será leida como la más amada.

Hasta siempre genio y amigo.

NUBI WHITE (La perra Golden Retriever)

Nubi White es la mascota de la casa. Tiene diez años y hasta la fecha nadie la ha llamado por teléfono, pero no está triste. Tampoco está molesta porque no se celebren sus cumpleaños, aunque sabe su edad. Su andar lo delata y su trote marca el tiempo en el reloj de arena que lleva alrededor de su alma.

Nubi White siempre está al lado de las emociones, siente cómo ese poder lo expresa en corto y lo alarga de forma indefinida. Sus sensaciones son velas hinchadas que se llenan de apegos de su mundo más inmediato. Para ella soy su estrella y también su sol. Me ha dado el valor del universo y el brillo de una super nova, incluso hasta cuando duerme. Cada mirada suya me confirma lo que digo.

Nubi White tiene casa propia en la que también vivo. Definitivamente, así lo siento ya que quiero vivir con ella. Deseo ser la mascota de mi mascota para entenderla y comprenderla mejor, y para sentir de este modo sus límites. Esos topes que se imponen por andar a cuatro patas, por husmear persiguiendo anhelos.

Nubi White es consciente del paso de cada día, como lo es de cada sonido que flota a su alrededor. Dejándose guiar por su instinto, por sus olores, por sus sabores, sabe donde está, hacia dónde va con cada sensación. Tiene un mecanismo cronometrado con su evolución y una cuenta atrás con su involución. Cada matinal empieza su función con tonos de devoción, hasta que su propio satélite la orienta en el rastreo como si estuviera detrás de una hélice.

Nubi White nació para perseguir patos y zambullirse en charcos, y aunque su raza apareció en la isla Británica es una hermana de los esclavos de África. A pesar de que es dorada lleva consigo el estigma de negra. No tiene alma ni es digna de nada. No tiene derechos ni jamás ha podido subir a un autobús porque molesta, y fastidia; además ensucia y lo tiene prohibido. Parece un bandido y es prudente alejarse de ella, ni siquiera darle una caricia por si muerde.

Nubi White es una desconocida así que tampoco sube al tren, simplemente lo ve pasar por los raíles y asimila sus pitidos con un leve movimiento de orejas. En un avión se convierte en un bulto, su sitio es en la bodega y en una jaula, porque es lo prudente y hasta lo más rentable.

Nubi White y todos los de su especie, muchas veces ni los vemos aunque estén a nuestro lado, mientras que ellos jamás dejan de percibirnos. Sin embargo, a cambio, ellos nos adoran sin condiciones. Y cuando todo va mal y no queda nadie, cuando los amigos ya no lo son ni se tiene ninguna solución, continuan acompañando lo que sigue a continuación.

Nubi White nunca se ha ido y en todo ese tiempo jamás ha articulado palabra, pero de cabo a rabo todo lo deja claro. Tiene ojos que parecen unas bolas de canica y en ellos se vislumbra que es feliz. Hasta comprende muchas cosas, tal como ahora, que entiende que esta misiva habla de ella.

Y el balanceo de su cola no remite, porque también sabe que es la que se llama Nubi White.

CONTIGO

Me temo que me he enamorado, y no es lo de siempre. No tiene que ver con ideas ni con pensamientos suaves. Ni siquiera es cuestión de miradas encendidas o silencios que hablan.

Pero ha sucedido, porque he aterrizado en el trayecto por donde viajas, en tus enclaves, en tus pasos. Me siento en la envoltura de tú espacio y hasta siento tú fondo.

Así que me temo que me he enamorado. Lo Confirmo.

Ahora, sólo quiero respirar en tú aire. Eso es todo, y me basta.

FELANITX (Isla de Mallorca)

Felanitx, como todo lugar importante, no existe. Cuando a su topografía le da el sol se diluye en el paisaje y aparece borrado de su lugar. Desde esa nada se empeña a seguir de pie como figura de un mausoleo desteñido, y a contra viento y marea emergen sobrevivientes que gritan tierra desde lo alto de su campanario.

Felanitx, reparte pedazos de la historia menos estéril de cuantas haya habido, entre ímpetus y locuras de soñadores. Un islote, lleva su emblema de bautismo a la desesperada por el santo alivio de haberse salvado en algún lugar inesperado, donde de bruces, se halló tierra para pisar.

Felanitx, tiene una leyenda que baila en espiral y está detenida en su pasado cotidiano; lleva contadas sus horas en el reloj de pared, está grabada en hojas de libros que planean como encolarse todas en el lomo de un caballo y galopar lejos para empezar otra ruta inexplorada.

Felanitx, en el día de hoy, tiene un grifo abierto que inunda de agua los pechos de mujer. La proporción de su belleza dibuja miradas encendidas entre los pliegues de la piel, deslizándose regueros de rocío que navegan sin carabelas por los hemisferios del sur.

Felanitx, de nuevo cruza el mar y un palomo marca la senda en el resbaladizo terreno de los hechos. Va en busca del otro lado de alguna parte, para nuevamente darse de bruces ante la inexplorable realidad: todo es un descubrimiento en el insondable mapa de los que desean encontrarse a sí mismos.

Felanitx, pinta cuadros sin pinceles rememorando así las gestas más sencillas; reescribe la historia con la punta de proa, con gestos anclados en palabras, con historias del café de barra libre, o con anécdotas de cada sentimiento a punto de llegar a su puerto.

Felanitx, como todo lugar importante, no existe; sin embargo, a pesar de estar olvidado hasta de los dioses del ayer, continúa teniendo genios que siguen caminando por sus calles

A Gabriel Mestre Oliver. (Felanitx, 14, Oct, 2011)