domingo, 8 de julio de 2012

EL BOSQUE DEL ABECEDARIO

...cientos de árboles contienen el aliento sobre tú cabeza...”.

                                            Ángel González

Vivo en el bosque del abecedario, entre sus árboles y los recitales de letras que en él se componen. Me localizarás pasando el río al cruzar por el segundo puente, el que está hecho de troncos. Doy estas indicaciones para que me encuentres pues no recibo visitas. No me aburro por estar solo ni la apatía va conmigo, tampoco padezco alguna extraña soledad.

Pero deseo tener un encuentro en mi bosque de letras, viendo tú imagen entre los árboles. La petición de que vengas la escribo con la clara intención de que estés aquí. Sólo te demando la silueta perfilada o dibujada entre dos de los robles de enfrente. Incluso me conformo con tú presencia en forma de bruma en la espesura de la arboleda.

Cuando llegues, te enseñaré el arte del abecedario con la gloria de una "g" y la intuición de una "i". Cuando las veas a ambas unidas notarás el espíritu del bosque, el cual me visita desde hace años.

Charlaremos y hablaremos con devoción y hasta platicaremos con atención. Las tres cosas a la vez porque son lo mismo. Esta es la manera que tengo aquí de encadenar la libertad de la expresión, es mi forma de vivir con las palabras todos los mismos instantes.

Cuando vengas haremos un fuego con algunas letras y verás que por mucho que se quemen siguen impecables. No se chamuscan aunque te empeñes en ello, y hasta son muy calladas. No hay quejas. Lo descubrí con la hache una noche de frío en que metí una de las mayúsculas en la hoguera y ni una chispa saltó como espiga al viento, ni un quejido. Es una letra silenciosa y cuando está como brasa, sigue muda. A la mañana siguiente estaba igual: tiesa y apoyada en sus patas, como si nada. Al resto de las letras les pasan cosas similares y todas siguen lozanas y frescas después de una noche de quema.

Por mucho que veas el lado gracioso, no te rias de mis artimañas porque no es un circo lo que cuento. La situación es seria en el bosque, y más, desde que tuve su espíritu sólo para mí. Vivir en el verdor del trazo de una letra “v”, o en la máxima del tronco de una “m”, desprende un enigma que hace que en las letrillas reaparezcan las formas del misterio, y esta situación no es premeditada.

No estoy en la arboleda a cambio de darme el pego de impenetrable ni para estar por encima del consumo sostenible y murmurar que soy más ecológico. Lo que me pasó es que brinqué del cemento a una espesura sin señal de satélite, sin tener ante mí el engendro de una propiedad. Así fue como llegué a todas las combinaciones del alfabeto, haciendo que rebotaran como pelotas de frontón entre los árboles del bosque del abecedario.

Sin embargo, ser el custodio de un bosquejo grafitero no siempre entraña bondades, pues hace unos cuatro meses, en la tercera semana de abril, apareció un tipo que dijo era el cobrador. Que a ver si pagaba mi estancia en el bosque porque sino lo hacía la cosa iría a mayores. Me informó que mi puesto peligraba y que mi terreno se podría disolver, arar y talar, quedando como un indescifrable alifato árabe y reducido a una jota. Pensé que estaba jodido, pero reaccioné de inmediato y me lancé a solucionarlo. No deseaba que la selva arbolada finalmente se conviertiera en un lugar donde se recordara mi estancia con tres poemas en un tronco; no quería que mi experiencia quedara como el cautiverio vivido entre unos frondosos árboles.

Incluso pensé que hasta algún cantamañanas haría de todo ello una canción, triste y melancólica, tatareando un "la la la" al hombre del bosque del abecedario. Demasiada letra compungida para tanta caligrafía enamorada, y con dos estrofas patéticas, languidecer mis arrebatos de optimismo solitario. No deseé tener una canción por mucho acorde en sostenido que llevara o con arpegios ronroneados a tres dedos.

Así que solventé la deuda con un trueque de monedas por comas y los puntos. Hice collares enganchándolos como si fueran perlas hasta que llené un saco completo. Después vendí todas las gargantillas; las liquidé en la orilla del río haciendo ofertas a los peces. A ellos les encantan las comas y los puntitos, tanto desperdigados como en forma de joyas, porque construyen juegos serpentinos moviéndo la cola y pasando a ras, jugando como locos a zigzaguear. Pasan horas en zarandeos en los que construyen sueños para sentirse unos delfines.

De esta manera mercadeé para conseguir la calderilla con la que aplacar al cobrador y solventar el adeudo. Pero mantuve alejados de la reventa los puntos de arriba y las comas de abajo, porque es lo que da aristocracia al abecedario. Ofrecen, colocados como dos rebanadas, el contraluz de una graciosa sensualidad; además, continúa con lo anterior. ¿Lo ves?, no hace un corte de tijeras ni deja cicatriz; mira cómo lo enlaza y cómo sigue el caminito siguiente. Esos puntos y comas marcan el sendero que va a continuación, y en un bosque es imprescindible tales señales. Pocos cuentos se habrían escrito sin las señales puntualizadas y hechas con unas migas de pan, con las que descubrir por dónde debía seguir escribiéndose la fábula.

Observarás las cosas que se aprenden en el bosque marcando con las equis los atajos, solventando imprevistos con las eles que caminan en fila india o descansando sobre una “t”, convertida en taburete.

Es por ello que deseo y te propongo que me visites. Para verte en lo tenue de una bruma escrita y para sentirte en la improvisación de un escueto abecé. Aquí es donde descubrirás con agrado las veintisiete y estarás encantado de desabrochar de tu mente el corchete. Una vez separado, podrás verlas por las ramas colgadas como si fueran ropas de hilo lavadas en almidón. Y te aseguro que quedarás en éxtasis cuando veas el espíritu que prolifera por doquier, desde cada raiz y por cada una de sus hojas.

Te prometo que lo descubrirás de inmediato, entre los átomos revoltosos de cada garabato, y pegado a la letra con la que empieza eso que le llamas tú nombre.



                                             Anthel Blau



Nada es lo mismo. Habrá palabras nuevas para la nueva historia y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde”.



                                        Ángel González (poeta)







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