sábado, 18 de febrero de 2012

UNA VIÑETA CON HISTORIA

"La historia siempre ha estado batida con la espumadera de la humanidad".

Cuando aquí se llamaba Iberia, cuando esto era el no va más de un edén y con la leyenda negra de ser la cola del mundo, donde rezaba aquello de "non plus ultra", vivía un tipo muy peculiar con ideas de jefe. Era un hombretón que había llegado desde la Galia, después de pelearse con la hija de Atlas, que se parecía a una cordillera con picos de nieve, con cara de cremallera y llamada Pirene.

La montañosa dama, le puso muy peliagudo el acceso al paraiso del fin de la Tierra, y para más dificultad de aquel fornido hombrón, ni siquiera existían unos forrados zapatos para hacer la travesía entre los picos de ella. No disponía de unos engomados "gorila", ni mucho menos de las botas "perdigueras" que, con seguridad, le habrían mitigado la caminata montañera. Estos implantes podales, sólo serían vistos por la finca de Iberia mucho después de la era de Pablo y Pedro Picapiedra.

Este señor de aventuras, con trazas de ser un mito espartano, se convirtió con el tiempo en el rey de todo el paisaje más su fauna. Una vez establecido como soberano, peleó contra quien quiso y así como le vino en gana; sobretodo, cuando el que llegaba lo hacía en alguna barcaza, o aparecía a nado, exhausto y arrastrado. Entonces era cuando lo remataba de un buen estacazo.

Un día, el destemplado hombre ya transfigurado a majestad, se echó una novia, y con ella se lo montó por los cerros de Úbeda para tener descendencia, disponer de una prole a fin y abundante. Su espartana señorita, parió sin descanso en todos los capítulos, y le gestó todo un imperio para el futuro. De este modo fue como empezó la gran casta de los Íberos, aún no asociados por entonces a los ancestros Americanos.

Porque esto sucedió después, ya pasado algún tiempo de los partos y embarazos, y una vez organizado el desorganizado rancho de la cola del mundo. Por entonces ya brotaban unas elevadas siluetas de castillos de piedras y se habían extendido plagas de abadías, donde se murmuraban algo más que rezos entre sus muros.

Pero antes de salir en tropel a cruzar la barrera del mundo del más allá, de cruzar el océano a oscuras buscando minas de oro y collares de perlas preciosas, las progenies de los cerros, tuvieron que echar al mismísimo islam; e incluso, hacerlo con cajas destempladas, empujando a los moriscos estrecho abajo con sus sarracenas, que tapadas, miraban con estupor a las destapadas.

Todos aquellos Íberos de la camada del rey siempre fueron importantes, porque aliñaron en cada época una gran ensalada. Hasta hubo un tiempo, que esperaron a escondidas a los romanos que se presentaron de sopetón por tierra, por unas vías que empedraban a diario como hormigas. O, ante su sorpresa, los vieron de pronto arribar por mar, con unos navíos que llegaban donde querían con la precisión de un GPS.

Y aunque les pesara a los Íberos bravucones, los de Roma, finalmente se quedaron varias centurias debajo de los olivos y sin visado alguno, sembrando pinos y lamiendo el cucharón de cada olla por donde pasaban. Incluso, esos tipos batallosos que parecían unos arquitectos, se fotografiaban con cara de cetro de mando, desplegando su pomposidad por toda la propiedad del filibustero, nuestro coloso hombretón, llegado y arañado por tanta roca de la puntiaguda diosa.

Sin ningún escozor, los de la loba romana, se hacían a sí mismos una excelente publicidad que colgaban en todas las vallas visibles de la vieja Iberia. Y mientras, los hijos de los hijos de la de los cerros que están mirando al Guadalquivir, entre Úbeda y todos sus alrededores, se tenían que chupar el dedo o bien plegarse a su credo.

Por aquel entonces, fue cuando lentamente empezó asomar el futuro, pastoreando de aquí para allá los de la trashumancia estacional, que sembraban por las cunetas flores y tomillos. Y resultó que el jardín colorido de Iberia, ni era la cola del mundo ni la mejor hazaña ocurrida. Sino un plato más en el festín de la verbena que ha ido desfilando sobre el escenario de cada imperio que ha nacido.

Y esta viñeta, que dibuja y que recrea a lápiz la guinda del nuestro, de su emporio lleno de luces y de sombras fiesteras, y con un brindis a su hegemonía o a su vasallaje, se apunta a concluir, que desde la remota inspiración de un fragmento con casi nada esbozado se puede ingeniar casi todo insinuándolo. Poner el modo “play” cuando sea, y decir, además, acelerando la conclusión, de que sí hay mucha tierra más allá de aquí. Que en todas partes hay arena y pedregal; tanta, como imaginación se elucubre en una página de historia oficial.


 

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