jueves, 20 de octubre de 2011

EL MARE NOSTRUM

Canto una nana al mar Mediterráneo, a ese mar que los Fenicios devoraron en diagonal explorando sus rincones y al que los griegos llamaron "el que está en medio de las tierras", a caballo entre continentes, que ronronea en acantilados silbando por las arenas y entre sus algas marinas. Al mar de aguas azules que reflejan faros que se avistan en las lejanías. Al tapiz oleoso que va de costa a costa y que por sus turbulencias del cielo vuelan bandadas de pájaros para alcanzar tierras mas cálidas; mientras, por las corrientes de un azul marinero, por la espuma de su piel, juguetean los delfines.

Esta nana la afino y la compongo para el canto y colofón de este mar que nos acompaña, que mantiene el ancla en el fondo de su memoria. Al recuerdo de su calado profundo y de una áncora que llenó su vientre de prosperidad, que fue amado como una madre en parto abriéndose desde las entrañas, sembrando embriones de ilusiones entre sus olas y que a través de ellas se expandieron de oriente al poniente.

Mi amor incondiconal empleando cada tono de la melodía a tantos que por él navegaron, buscando en cada travesía dónde llegar, dónde amarrar. Incluso, que también resuene la armonía con arpegios de virulencia cuando las travesías finalizaban en tormenta y devoraba, finalmente, cada temporal sus semillas. Se escuche un estribillo para todas las simientes que entregaron su vida al colorido del agua; un sonoro recuerdo al instante que entraban a su profundidad, tarareando con murmullo una canción de cuna a dúo con su alma. Simultáneamente, el maderamen de sus barcazas se posaba para siempre en el sigilo del abismo. Y el mar, como un requiem a esta ausencia, desplegaba sus velas y las elevaba sobre sus aguas para convertirlas en los cometas de la libertad.

Pero se silencie mi nana cuando su agonía la desafina, cuando se estrangula su belleza con desechos de inconsciencia abarrotada de espesor, con bolsas de plástico y restos de insensatez, por el deseo con desespero de devorar la calma de su horizonte. El canto se calla cuando pisotean su color los marinos de la modernidad, que escupen brea y lo que sea, montados en sus estilizadas embarcaciones de recreo; con ellas ya no siguen la ruta de una estrella de orientación o el surco septentrional que, de Cerdeña a las "Illes Balears", los dirige hacia las Columnas de Hércules. Con la tintura en sus gafas de sol, flotan en su oleaje olvidando aquellos siglos de pasión.

Ahora ya es de noche. Hoy, en el Mare Nostrum, y con sus milenios transcurridos, la nana nos adormiló entre sus olas para soñar. Pero en ese mar que aún mantiene en el día una luz inspiradora y en la noche un perfume de sal, de entre sus arrecifes de corales y peces multicolores, todavía se escuchan susurros de los cantos de sirena.

Que esa musicalidad sea entonada tal como resuena, para que permanezcamos fondeados en su color y empujados por su brisa, que es un viento que se levanta desde su amor de mar.


A. B., desde el acantilado de una isla.

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