lunes, 15 de octubre de 2012

EL HOMBRE BALA

Un Ícaro volador se va a lanzar en picado desde los extras nubarrones, en las brisas irrespirables de la estratosfera. Está decidido a fulminar todas la alturas de los trampolines de las piscinas; las dejará a ras de alpargata de tela y de guarache de indio americano.


Allí arriba, coronado su Everest de pico celestial, se lanzará al abismo haciendo de bala de pistolero, destronando, a velocidad de cohete, al mismísimo sonido. Será, durante unos minutos, el hombre supersónico o el dios Mercurio mensajero; incluso, podrá ser un cartero marciano que trae una carta urgente a la Tierra.


Pero para que no acabe de mosquito aplastado, para que no finalice de meteriorito que lame la tierra de un cráter, va a desplegar, antes de su llegada del firmamento, un paracaídas. La llegada a la diana planetaria sucederá por la vía romántica, meciéndose en el vaivén de la brisa que mueve una falda y recibiendo el halago por superar al miedica interior.


Así es como llegará de ver las rositas del cielo de los ángeles, de los querubines de alas de algodón que se mantienen sin caer, ni en picado o en plancha, hasta el fondo de la humana barranca. Una vez acabe la proeza el hombre bala volverá a meterse en una sala. Una vez haya pulverizado las alturas dejará de ser el cartero marciano y el Mercurio mensajero.


Aunque siempre será un Ícaro y el más volador aventurero.





























viernes, 24 de agosto de 2012

EL VERANO: HOY


Hoy es un gran día. Se parece a uno más de agosto, a día de verano, al mismo de todos los años. El sol acumula el calor en todas partes, se mete hasta en la sombra y la calienta sin el temporizador del microondas. Escribo esto con un sombrero puesto, cobijado con sensaciones parecidas a las de Walt Whitman.

Estoy sentado en una balsa que tiene la forma de una isla. Está ahora detenida en el charco tibio del Mediterráneo y lleva esculpido el nombre de Mallorca. A esa zódiac, la acompañan unos veleros sin motor, con velas infladas de viento. El velero Menorca es gracioso, ni se mueve a pesar del aire que le sopla. Y el Ibiza, vive una fiesta sin control. Sus marineros caminan sobre la borda haciendo piruetas y riéndose del mar. Hay dos botes salvavidas atados a una cuerda de esparto y que son arrastrados por la inercia. Son como cámaras de rueda de tractor hinchadas a tope. Los de antes las llamaron Formentera y a la otra Cabrera; además, hay un dragón que también pulula a su lado. El fulano se hace llamar Dragonera.

Todos estamos detenidos en la charca, chapoteando sin sandalias, esperando la noche para dormir desnudos sobre el suelo caliente, en una playa, entre unas rocas. Menos mal que esta tarde habrá diversión: ha llegado la noticia de que viene Ausias March a recitar estrofas sobre el amor. Dicen de él que no murió en un siglo pasado. Esta mañana de Agosto han comentado que no fue así. Por eso es que es un gran día.

Este March, ahora resucitado, es un banquero de las letras. Resulta que su lírica la acomoda a cualquier cosa que exprese. Es un camaleón, una lagartija mutante. Voy a esperar al poeta del medievo repasando algún canon provenzal, algún verso decasílabo. Con tanto calor, pero amparado con el sombrero, estoy seguro que podré arañar algún verso y documentarme antes de que llegue.

Así es que termino diciendo a mi manera un desvarío, bajo el calor abrasador, esperado a Ausias March; algo que él anotó un día de verano, quizás tal día como hoy: “Reclamo a todos mis predecesores, cuál a sido el amor que el corazón nos ha enamorado”.

El sol quema. El corazón arde, pero es un gran día en la balsa de la isla de Mallorca.

UNA DE OLIVOS

"El alma prima arbolorum" era como denominaba Quinto Horacio al olivo. Un poeta que deseaba la perfección absoluta, el no va más de la culminación en la expresión.
Aquel hombre antiguo de reflexión era hijo de un esclavo, de un don nadie, pero resulta que entendía de olivos porque observaba en su aceituna el totem de la excelencia.
Aún los siglos continuan levantando estos arbustos retorcidos, troncos con recovecos únicos. Siguen fascinando los olivos que, coronados con ramales, braman al cielo su libertad, sudando por sus terminales la savia con olivas diminutas.

Son las almas antiguas que toman cuerpo en bellas y arcanas formas para observar el paisaje de la vida y, simplemente, moviendo sus pequeñas hojas. Es el "arbolorum" que, igual que Horacio, siluetea con perfección aquel sueño que anhela exprimir la aceituna de cada instante, la que nos brota por las ramas de nuestro lado.



miércoles, 18 de julio de 2012

EL BOSÓN


Se trataba de la "the goddman particle", la maldita partícula complicada de hallar, difícil de arañar e imposible de acariciar, por cuanto de rara tenía; y por ser una insólita minucia, una irreverente, siempre se convirtió en la extravagante obsesión.


Ahora, la oveja negra ya no es tal, se ha vuelto la preferida y la más interesante, la reina del carnaval. Por ello, la miga bonita, inexplicablemente, ya tiene el título nobiliario de la Partícula de Dios. El señor Higgs, se las vio y se las deseó para colocar en la mesa del microscópio al escurridizo bosón, a la mota inconcreta tan particularmente minúscula como su fuera un pelo de Dios.


La triza, el horzuelo, o sea el bosón, en realidad es el apellido de un físico y matemático de las tierra de Mahatma Gandhi que manoseaba partículas con Alfred Einstein, el señor Satyendra Nath Bose. Con el señor Higgs, la pizca endiosada, adquirió la virtud de ser subatómica y, además, obtuvo el papel estelar de originar masas. La masa pesada que se cuece en chup-chup por todo el universo.


Ahora, yo amo a esta partícula en cuestión, no porque sea una uña de Dios, sino porque soy un enamorado de las minucias. Quiero a esa pequeña cosa que trasiega por los átomos y que planta la cara aquí y que se desintegra seguidamente allí. De pronto, abre los ojazos y después los desvía con mirada que te deja desorientado; además, me fascina estar asombrado y en ascuas ante una chispita.


Sí, quiero a la desconocida chispa, con sus pedazos desperdigados de un tal Todo y que flotan como pompas de jabón en este gran lío de por aquí, en este gran archivo comprimidito, apretujado y recompuesto, colocado dentro del exhuberante cuerpo de la señorita materia.


Y en todo esto, entre mi migaja de amores, me da que Dios se toma varios cafés con leche en la esquina, mojando en el caldo de la taza el escurridizo y perforado donuts de Higgs.

domingo, 8 de julio de 2012

EL BOSQUE DEL ABECEDARIO

...cientos de árboles contienen el aliento sobre tú cabeza...”.

                                            Ángel González

Vivo en el bosque del abecedario, entre sus árboles y los recitales de letras que en él se componen. Me localizarás pasando el río al cruzar por el segundo puente, el que está hecho de troncos. Doy estas indicaciones para que me encuentres pues no recibo visitas. No me aburro por estar solo ni la apatía va conmigo, tampoco padezco alguna extraña soledad.

Pero deseo tener un encuentro en mi bosque de letras, viendo tú imagen entre los árboles. La petición de que vengas la escribo con la clara intención de que estés aquí. Sólo te demando la silueta perfilada o dibujada entre dos de los robles de enfrente. Incluso me conformo con tú presencia en forma de bruma en la espesura de la arboleda.

Cuando llegues, te enseñaré el arte del abecedario con la gloria de una "g" y la intuición de una "i". Cuando las veas a ambas unidas notarás el espíritu del bosque, el cual me visita desde hace años.

Charlaremos y hablaremos con devoción y hasta platicaremos con atención. Las tres cosas a la vez porque son lo mismo. Esta es la manera que tengo aquí de encadenar la libertad de la expresión, es mi forma de vivir con las palabras todos los mismos instantes.

Cuando vengas haremos un fuego con algunas letras y verás que por mucho que se quemen siguen impecables. No se chamuscan aunque te empeñes en ello, y hasta son muy calladas. No hay quejas. Lo descubrí con la hache una noche de frío en que metí una de las mayúsculas en la hoguera y ni una chispa saltó como espiga al viento, ni un quejido. Es una letra silenciosa y cuando está como brasa, sigue muda. A la mañana siguiente estaba igual: tiesa y apoyada en sus patas, como si nada. Al resto de las letras les pasan cosas similares y todas siguen lozanas y frescas después de una noche de quema.

Por mucho que veas el lado gracioso, no te rias de mis artimañas porque no es un circo lo que cuento. La situación es seria en el bosque, y más, desde que tuve su espíritu sólo para mí. Vivir en el verdor del trazo de una letra “v”, o en la máxima del tronco de una “m”, desprende un enigma que hace que en las letrillas reaparezcan las formas del misterio, y esta situación no es premeditada.

No estoy en la arboleda a cambio de darme el pego de impenetrable ni para estar por encima del consumo sostenible y murmurar que soy más ecológico. Lo que me pasó es que brinqué del cemento a una espesura sin señal de satélite, sin tener ante mí el engendro de una propiedad. Así fue como llegué a todas las combinaciones del alfabeto, haciendo que rebotaran como pelotas de frontón entre los árboles del bosque del abecedario.

Sin embargo, ser el custodio de un bosquejo grafitero no siempre entraña bondades, pues hace unos cuatro meses, en la tercera semana de abril, apareció un tipo que dijo era el cobrador. Que a ver si pagaba mi estancia en el bosque porque sino lo hacía la cosa iría a mayores. Me informó que mi puesto peligraba y que mi terreno se podría disolver, arar y talar, quedando como un indescifrable alifato árabe y reducido a una jota. Pensé que estaba jodido, pero reaccioné de inmediato y me lancé a solucionarlo. No deseaba que la selva arbolada finalmente se conviertiera en un lugar donde se recordara mi estancia con tres poemas en un tronco; no quería que mi experiencia quedara como el cautiverio vivido entre unos frondosos árboles.

Incluso pensé que hasta algún cantamañanas haría de todo ello una canción, triste y melancólica, tatareando un "la la la" al hombre del bosque del abecedario. Demasiada letra compungida para tanta caligrafía enamorada, y con dos estrofas patéticas, languidecer mis arrebatos de optimismo solitario. No deseé tener una canción por mucho acorde en sostenido que llevara o con arpegios ronroneados a tres dedos.

Así que solventé la deuda con un trueque de monedas por comas y los puntos. Hice collares enganchándolos como si fueran perlas hasta que llené un saco completo. Después vendí todas las gargantillas; las liquidé en la orilla del río haciendo ofertas a los peces. A ellos les encantan las comas y los puntitos, tanto desperdigados como en forma de joyas, porque construyen juegos serpentinos moviéndo la cola y pasando a ras, jugando como locos a zigzaguear. Pasan horas en zarandeos en los que construyen sueños para sentirse unos delfines.

De esta manera mercadeé para conseguir la calderilla con la que aplacar al cobrador y solventar el adeudo. Pero mantuve alejados de la reventa los puntos de arriba y las comas de abajo, porque es lo que da aristocracia al abecedario. Ofrecen, colocados como dos rebanadas, el contraluz de una graciosa sensualidad; además, continúa con lo anterior. ¿Lo ves?, no hace un corte de tijeras ni deja cicatriz; mira cómo lo enlaza y cómo sigue el caminito siguiente. Esos puntos y comas marcan el sendero que va a continuación, y en un bosque es imprescindible tales señales. Pocos cuentos se habrían escrito sin las señales puntualizadas y hechas con unas migas de pan, con las que descubrir por dónde debía seguir escribiéndose la fábula.

Observarás las cosas que se aprenden en el bosque marcando con las equis los atajos, solventando imprevistos con las eles que caminan en fila india o descansando sobre una “t”, convertida en taburete.

Es por ello que deseo y te propongo que me visites. Para verte en lo tenue de una bruma escrita y para sentirte en la improvisación de un escueto abecé. Aquí es donde descubrirás con agrado las veintisiete y estarás encantado de desabrochar de tu mente el corchete. Una vez separado, podrás verlas por las ramas colgadas como si fueran ropas de hilo lavadas en almidón. Y te aseguro que quedarás en éxtasis cuando veas el espíritu que prolifera por doquier, desde cada raiz y por cada una de sus hojas.

Te prometo que lo descubrirás de inmediato, entre los átomos revoltosos de cada garabato, y pegado a la letra con la que empieza eso que le llamas tú nombre.



                                             Anthel Blau



Nada es lo mismo. Habrá palabras nuevas para la nueva historia y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde”.



                                        Ángel González (poeta)







jueves, 5 de julio de 2012

LOS DE ROJO

Unos tipos de pueblo, con la filigrana de una pelota y con el empeine, se han transformado en la daga afilada que destroza al enemigo, rematándolo, además, a muerte. Se han comido todas las redes a pelotazos, agujereándoles el orgullo una a una. Con resistencia numantina han llegado al cenit aplacando cada tempestad dejándola en un fuera de juego. Lo han hecho rodando y triangulando, con un fútbol fresco y estratégico que resiste al negocio de los fichajes de estrellas, esos luceros que se encienden con una mecha corta.

Así que ha triunfado un equipo del barrio, uno que juega entre cuatro esquinas de una calle y que rompe de un pelotazo el cristal de la vecina. Es el del grupito rojo y sudoroso que no detiene nadie en el endemoniado asunto del juego de la pelota; y además, con la obsesión geométrica en la cabeza, el cuadrilátero, han alcanzado el grial de la pelota.

Y entiendo su griterio, porque a veces he manoseado los manguitos de un futbolín.


jueves, 21 de junio de 2012

ALGÚN A VECES

A veces he pensado que ya no tengo más para anotar ni más que contar. Que ya no dispongo de nacientes ideas, que he alcanzado el último recodo de la inspiración, que se ha secado el laberinto construido con términos y vocablos; sin embargo, a la mañana siguiente, observo pasmado un resquicio de humedad. De nuevo supura un flujo por el meollo del lenguaje, un brebaje que empapa el atolladero de la jerga del verbo con una poderosa sensación: la de que soy inagotable y de que dispongo de la energía de los paneles solares. Entonces, es cuando de nuevo pienso que el jaleo de escribir no ha hecho más que empezar.