jueves, 1 de diciembre de 2011

CUBA ESTÁ EN UNA ESQUINA

La he visto ahí, en el canto de un ángulo recto y pegada con araldit al Caribe de Argentina. Esa Cuba que describo no se llega con un mareo de velero, pero se sale de ella aturdido, ebrio como una cuba, y a pie.

Fui hasta allí igual que como se abandona: caminando. Se trata de un bar que a veces se transforma en garito, o en antro (así lo llamarían los amigos que viven dentro del contorno que un día definió Américo Vespucio). Me sumergí a la moda de su nocturnidad y a los ritmos de su ansiedad; esa desazón que se dora al horno, pasteleada por detrás y otras desde el frente, para ver quién la consigue sacar más crujiente.

No se hacer pasteles, pero los puedo describir como si los horneara en diez minutos, a doscientos veinte grados; después, comprobar su textura con un palillo y meterle cinco minutos más de hornito para que tenga el punto genial, conseguir el puntazo en el paladar. Sacar el bizcocho con un sabor increible que gustará a la mitad de los que lean esto, y a la otra parte, les dolerá la tripa por el empacho de la glotonería de mis argumentos.

Y sigo. En ese horno de la Cuba leonera más un cubata en la mano, las féminas se movían al ritmo de lo que fuera; todas, se contoneaban a veces rápido a veces lento como unas hadas de la noche, observando con buen augurio el mal agüero de los varones que, como si de un vergel humano se tratara, parecían los capullos que no se terminan de abrir en el parterre del invernadero. Estaban sin agua, secos del aqua vitae, pero pretendían, desde su tiesto de pedestal, regar a esas hechiceras floreadas que el viento zarandeaba a ritmos de salsa. Observaban impávidos e indiferentes un bailoteo que iba desde un vals de miradas a un agarrón de tango.

Apenas se bailar, pero puedo moverme como una anguila en el barro de la pista y a la vez entretenerme con una frasecita tonta o un axioma trascendental. Hacer de una noche cubana un sol naciente que con tonos dorados me regrese al horno, al pasteleo de los "findes", a esa fauna de pasmarotes chamuscados, que además son realmente sabios, ya que persiguen hacer pero fingiendo que no hacen. Se acercan con indiferencia al perfume mujeril, pero aparentando como que se alejan, demostrando sólo lo justo para no dar el pego del desespero y así conseguir meter algo más que la punta de la vida en el agujero del colador. En definitiva, se trata de filtrar un instante de gloria para que, con ella enterrada, relajar la ansia que antes mencioné.

Pero las valquirias bailarinas se desgañitaron para cambiar ese mundo aletargado, para hacer bailar con ellas un mar Caribe amodorrado, y a pesar de salpicar las paredes cubanas con sus melenas desatadas, no fue posible. Así que la esquina del tugurio de Cuba me mosqueó al sentir su realidad, y además me zarandeó como le vino en gana entre la sordera y mi quimera. En medio del gentío busqué a Prometeo, un tipo que lleva un fuego en lo alto y desde el que levanta otras pasiones, para que con él incendiara la cantonada entera. No pasó, sólo hubo una humareda y los ritos de las risotadas.

El protocolo del ligoteo mantuvo su estatus en todo momento, no se alcanzó la cúspide de una ráfaga suave porque no se pasó de la cintura. Ensimismados en mirar tacones con sus columnas más sus capiteles exhuberantes, se perdió el sonido leve de la flauta de la ternura. La voz se esfumó entre la apariencia y el ridículo de la indiferencia anexada al hambre del pasteleo. Entonces apareció el eco en el valle de la realidad abrumadora, esa resonancia que recuerda que empieza la larga travesía de la semana.

Y Cuba, regresó de nuevo a servir la finura del café de la mañana en su respetable esquina.

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