jueves, 16 de febrero de 2012

EN FEBRERO

Me dejé llevar por ese día de invierno con el nombre de santo y su tradición. Pero, sobretodo, me dejé impresionar por la mirada que presentí de arrebatadora pasión. Y fue un completo error: sus ojos no se posaban en mí. La mirada con semejante ardor era para otro, para el tipo de al lado, el de la otra mesa; y el vecino, era un títere comediante y embaucador que poseía el arte teatrero del enamoramiento.

Me levanté de mi mesa desolado, pagué lo consumido y salí a la calle. Entonces me di cuenta que no se borraba de mi mente aquella forma apasionada de mirar. Así que decidí que volvería al bar para comprobar si ella también lo hacía alguna vez; aunque, a mí mismo me dije que solamente iría a ese café cuando no fuera un catorce de febrero. De esta forma y con tal decisión, conté que tendría trescientas sesenta y cuatro posibilidades anuales, y que además, el año que fuera bisiesto, dispondría de una más: de trescientas sesenta y cinco jornadas para impresionarme de nuevo con una mirada tan embrujada.

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