"El alma
prima arbolorum" era como denominaba Quinto Horacio al olivo. Un
poeta que deseaba la perfección absoluta, el no va más de la
culminación en la expresión.
Aquel hombre
antiguo de reflexión era hijo de un esclavo, de un don nadie, pero
resulta que entendía de olivos porque observaba en su aceituna el
totem de la excelencia.
Aún los siglos
continuan levantando estos arbustos retorcidos, troncos con recovecos
únicos. Siguen fascinando los olivos que, coronados con ramales,
braman al cielo su libertad, sudando por sus terminales la savia con
olivas diminutas.
Son las almas antiguas que toman cuerpo en bellas y arcanas formas para observar el paisaje de la vida y, simplemente, moviendo sus pequeñas hojas. Es el "arbolorum" que, igual que Horacio, siluetea con perfección aquel sueño que anhela exprimir la aceituna de cada instante, la que nos brota por las ramas de nuestro lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario